La culminación de los estudios secundarios y universitarios -no exenta de sacrificios e incertidumbres- son una fecha importante porque no solo marca el fin de una etapa y el comienzo de una nueva, sino porque deja también una impronta indeleble en la vida de los jóvenes y en su entorno familiar. Educarse para acceder a mayores oportunidades profesionales es una alentadora aspiración que a la larga beneficiará a los jóvenes, a su comunidad y al país. Más aún, cuando hagan la diferencia, y tengan un papel dirimente, en las responsabilidades que asuman en su futura vida profesional y familiar. De allí que las graduaciones sean motivos de fiestas para celebrar con orgullo los logros de los jóvenes, hechura de lo que sembramos y reflejo de los principios inculcados. Estos momentos de felicidad ponen acento en una fundamental prioridad: la educación de nuestros vástagos porque en ello va su destino. Ergo, sus éxitos y fracasos estarán indisolublemente ligados a todo lo que hagamos o dejemos de hacer por ellos.
En lo que a educación se refiere, el MAÑANA será siempre HOY. Lo que plantea una cuestión apremiante, clave para el desarrollo de los jóvenes: ¿cuánto nos costará la educación MAÑANA, si no lo hacemos HOY? La mejor herencia que los padres pueden dejar a los hijos es la educación. Y el cómo -por ejemplo- empieza por informarse sobre las opciones de becas, que las hay, y enviar las solicitudes a los respectivos centros de estudios. El anhelado sueño de los padres estará siempre en función de su interés y dedicación por indagar sobre las oportunidades educativas que se ofrecen a las familias, como los programas de becas del Latino Student Fund (latinostudentfund.org) o el Washington Scholarship Fund (washingtonscholarshipfund.org), por citar algunos.
Detrás de los rostros felices de los graduados hay una legión de padres de familia y profesores que es la respuesta tácita a una certeza: sin una población educada poco o nada podremos hacer para responder con éxito los retos que nos plantea un mundo globalizado y cada vez más competitivo. En ese sentido, la educación de nuestros jóvenes es un tema no solo de competitividad y desarrollo, sino también de seguridad nacional. La educación ofrece no sólo conocimiento y realización personal, sino también una manera de encontrar una ocupación respetada y remunerativa. Hoy no se puede descartar el papel económico de la educación. Para los estudiantes a quienes se les ha prometido la oportunidad de una vida mejor a través de la educación -para encontrar empleo- puede ser un motivo de orgullo y, a menudo, un medio de supervivencia.
En ese sentido, la lucha contra la pobreza y el abogar por la equidad de oportunidades económicas -las mayores batallas de Martin Luther King, amén de acercarnos a la promesa fundacional de la igualdad, donde todos somos iguales ante la ley y merecemos las mismas oportunidades sin importar el color de la piel, cultura o país de origen- nos fija en la feral urgencia del ‘ahora’, donde nadie puede permanecer indiferente ante el declinamiento de la movilidad económica, que se expresa en el aumento de las desigualdades, que no es un tema de minorías, de razas o de clase social, es fundamentalmente un problema básico de falta de oportunidades, donde la EDUCACION se presenta como la opción más viable para que los que menos tienen puedan salir del esclavizante círculo de pobreza. Un tema de responsabilidad personal.