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‘Ten el coraje de tus propias convicciones’

Al visitar a familias en las afueras de Roma, el papa Francisco destacó la necesidad de escuchar a los niños y a los ancianos, promover el diálogo y mantener la armonía en las familias durante un encuentro en el marco de su iniciativa "Escuela de Oración" el 6 de junio de 2024. Foto CNS/Vatican Media

En el mundo, en el que vivimos, es cada vez más difícil prefigurar el devenir. Al escuchar o leer, cada mañana, las noticias sobre los conflictos en el Medio Oriente o Ucrania, por ejemplo, hay veces que sueño despierto en que los protagonistas de esos desaguisados se sentaron, por fin, a limar asperezas, a dialogar. Sin embargo, los tambores de guerra, que resuenan con estridencia en los medios, me aterrizan a la incertidumbre y crudeza del ahora que nos espeta que quizá en otro mundo posible esa esquiva paz sea una realidad. Hoy, a tres siglos de su nacimiento, los argumentos de Immanuel Kant en favor de un pacifismo racional siguen siendo relevantes. Propuso una definición de la ‘ilustración’ bajo el lema “ten el coraje de tus propias convicciones”. En otras palabras, ser capaz de tomar una distancia crítica con respecto a nuestras inclinaciones e inquirirnos si contribuyen al pensamiento ‘ilustrado’, lo que implica pensar por uno mismo, pensar poniéndose en el lugar de los demás y pensar siempre de forma coherente. Kant creía que esas tres máximas podrían promoverse mediante “el uso público de la razón”, diferente del uso "privado" que hacemos en nuestras ocupaciones cotidianas. El primero requiere un compromiso pluralista, imparcial y crítico, mientras que el último se basa en la aceptación de la autoridad.

Cierto es que en nuestra época –donde las comunicaciones son más amplias y complejas– es bastante más difícil estar en consonancia con esas aspiraciones en un medio donde las discrepancias se muestran más en actos “ruidosos” de autoexpresión individual, léase social media, y menos en el compromiso crítico colectivo. Por eso, la atención de los conflictos se centra en los riesgos y peligros de una escalada, más que en la rareza de las guerras que terminan con una “victoria total” de un lado: una falacia, toda vez que en una guerra nadie gana, todos perdemos. La guerra que libran Ucrania y Rusia, por citar un ejemplo, donde se siguen sacrificando irracionalmente miles de vidas humanas, tuvo en sus inicios un inmediato impacto negativo en la economía mundial. De allí que Kant otorgó –como capacidad comunicativa universal– un papel a la razón: la de trazar una andadura intermedia entre no tener fe en nada y seguir ciegamente las tendencias. Esta concepción de la razón parece más difícil de revivir en nuestras sociedades, atosigadas por intereses non santo y la individualización de los compromisos políticos.

En uno de los ensayos pacifistas más famosos de Kant “Hacia la paz perpetua” (1795), cuyo título está inspirado en el grabado satírico en el pizarrón de una posada holandesa donde “paz perpetua” se refiere a la calma del “cementerio”, presciente advertencia que es más actual que nunca: “Una guerra de exterminio en la que la aniquilación simultánea de ambas partes... permitiría que la paz perpetua se lograra sólo en el vasto cementerio de la raza humana”. Amén de que el peligro radica también en la tácita aceptación de la guerra en el mundo de las ideas, en la política, en nuestras fronteras, como el único camino a seguir. Como lo dijo Kant, “las únicas trincheras que deberían unirnos son las de la razón, incluso en medio de los peores excesos, se debe mantener cierta confianza en la humanidad del enemigo”. Si algo nos enseña el filósofo es que la búsqueda de una victoria completa corre el riesgo de conducir a la extinción completa, la escalada es siempre un desastre.

“Tus días están contados. Úsalos para abrir las ventanas de tu alma al sol. Si no lo haces, el sol pronto se pondrá y tú con él”.

Marco Aurelio



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