Lo censurable no es ignorar algo, sino la negativa a conocerlo, a aceptar o investigar cuando la ocasión lo requiere. La resistencia, generalmente, no proviene de quien ignora, sino de quien se considera poseedor del conocimiento. La verdadera dificultad radica en la escasa voluntad de indagar.
¿A qué se debe esta reflexión? A medida que nos adentramos en las celebraciones de la Semana Santa, en un contexto marcado por un resurgimiento de sentimientos y políticas antinmigrantes, es fundamental recordar una verdad que a menudo se pasa por alto: las valiosas contribuciones de los migrantes hispanos emprendedores y de los soldados que luchan y sacrifican sus vidas por la nación que los acoge. Esta es la historia perpetua de hombres y mujeres que han forjado y continúan construyendo este país, una nación de inmigrantes por excelencia, un experimento singular en la búsqueda de una mejor Unión.
Al hablar de las contribuciones y logros de la Unión, que también son nuestros, lo hacemos porque lo hemos logrado juntos, como “americanos”. Sin embargo, los aportes hispanos son frecuentemente ignorados, mientras que los prejuicios y estereotipos se destacan. Por ello, es esencial resaltar las hazañas de esos hombres comunes de diversos orígenes, entre los cuales los hispanos tienen un papel significativo, a menudo desapercibidos. Es crucial visibilizar, de manera continua, los logros hispanos, que a menudo se glorifican en películas y libros, aunque frecuentemente se omite o minimiza su origen.
La urgencia de reformar el disfuncional sistema de inmigración es evidente, al igual que la inacción del Congreso, que permite que grupos marginales manipulen el tema y alimenten el odio y la intolerancia hacia los inmigrantes. Esto refuerza la necesidad de que los legisladores apruebe una reforma migratoria integral. Como hombres y mujeres de buena voluntad, no podemos permanecer indiferentes ni ignorar el deterioro emocional y socioeconómico que la situación actual provoca no solo en los inmigrantes y sus familias, sino en el país en su conjunto. No se trata de promover la inmigración indocumentada; por el contrario, exigimos que se respeten y cumplan todas las leyes justas que el actual y disfuncional sistema migratorio no ha aplicado.
Necesitamos una reforma que reconcilie las posturas y supere las posiciones extremas. Como lo expresó, en su momento, el cardenal Francis George: “Nuestra sociedad no debe tolerar un status quo que perpetúe una subclase permanente sin ofrecerles protecciones legales. Desde una perspectiva moral, debemos resolver la situación legal de quienes están aquí sin la documentación adecuada, para que puedan contribuir con sus talentos al bienestar económico, social y espiritual de nuestro país”.
La compasión hacia los desamparados y el respeto a la ley —dos grandes tradiciones americanas— deben guiar nuestra respuesta a la inmigración indocumentada, en lugar de la ira y el resentimiento. Como bien dijo Benedicto XVI: “Los cambios solo se darán si cada uno de nosotros se esfuerza por encontrar la verdad sembrando la reconciliación”, reconociendo siempre los derechos fundamentales de la persona humana. Existe, pues, un profundo deseo de vivir en paz y armonía en el seno de una sociedad más justa y reconciliada.
“¿Es necesario conquistar siempre la libertad? ¿No se puede poseerla simplemente? Nos llega como un don, pero se mantiene con la lucha. Don y lucha son nuestro secreto: un don que recibimos y una lucha que no tiene fin.”
— Juan Pablo II (poemas)