En estos días que oscurece temprano, el regreso habitual a casa al final de la jornada permite apreciar las luces navideñas, renos y papa Noel inflables iluminados en los jardines de los hogares que se preparan para la Navidad, una genuina inversión de pasión que trae sentimientos gratos en momentos sombríos. Una buena oportunidad para celebrar y agradecer por el regalo de vida de nuestras familias y amigos, sin olvidar a los hogares donde la pobreza, la enfermedad o la soledad les impide celebrar a plenitud las fiestas navideñas. Todos podemos aportar nuestro pequeño grano de arena para hacer la diferencia, como lo hicieron, en Thanksgiving, los alumnos de la escuela secundaria católica Arzobispo Carroll, quienes dieron generosamente su tiempo para recolectar y empaquetar los alimentos donados para los más necesitados. La importancia de la solidaridad se aprende en casa, más lo importante es el ejemplo que se sienta llevando felicidad a los menos afortunados.
Un derrotero a seguir es compartir, vale decir, participar y hacer vida en comunidad, como lo hizo --otro ejemplo-- Caridades Católicas que organizó una fiesta navideña a la que acudieron 250 inmigrantes recién llegados, quienes --a pesar de sus tribulaciones-- mostraron su alegría y agradecimiento de pasar su primera Navidad juntos en familia en Estados Unidos. La piedra angular de nuestros valores reside en la unidad familiar: uno de los temas más sensibles para millones de inmigrantes en el mundo, donde un sinnúmero de familias inmigrantes están obligadas a vivir separadas. En tiempos de grandes retos y cambios es importante no perder de vista las necesidades de los desplazados --como los trabajadores indocumentados-- que son legión en la nación, de allí que abogar por una reforma migratoria integral es abogar por la necesidad imperativa de sostener nuestros valores familiares, pues no hay nada más digno que tener acceso al trabajo, tan necesario para la manutención familiar. Ergo, la oportunidad de tener un lugar donde trabajar y vivir en paz.
El presente es un regalo inestimable que debemos celebrar sin reservas. Y si bien es cierto que el futuro es un misterio, poco o nada podremos hacer si no celebramos a plenitud el regalo que nos depara el momento que vivimos para hacer la diferencia. Por eso, la Navidad es un gran momento para compenetrarnos con nuestros seres queridos, para celebrar con alegría y esperanza esta gran fiesta del mundo cristiano. Una magnífica oportunidad, al margen de nuestros agobios personales, para afrontar y encontrar paliativos a situaciones precarias en el seno de la unidad familiar, piedra de toque del consenso y la armonía. Qué el espíritu navideño sea el catalizador que nos mueva a tener una presencia activa en aras de hacer que las cosas se hagan y sucedan.
En la Navidad todos compartimos y celebramos la fecha más memorable en la historia de la humanidad: el nacimiento de Jesucristo, razón por la cual nos saludamos diciendo ¡Feliz Navidad! Ese natural y simple saludo tiene un profundo significado que todos identificamos de inmediato: el nacimiento del Niño Jesús (Emmanuel, Dios con nosotros). Ninguna persona ha cambiado tanto la historia como lo hizo Él. En la vigilia del 24, y los días siguientes, celebramos la felicidad de ser familias, valer decir, celebramos a esa extraordinaria institución que es la familia. Qué esta Navidad sea, pues, un jalón de partida para la reflexión en familia, para abordar con entusiasmo y alegría nuestra cotidianeidad, que sea, en suma, un tiempo de paz, justicia y libertad para todos. ¡Qué estos deseos los acompañen a todos ustedes en esta Navidad y en el Año Nuevo!
