La Primera Comunión es un momento especial en la vida de cualquier parroquia, porque es una señal de su crecimiento futuro. Los menores que reciben la Sagrada Eucaristía por primera vez son iconos vivos de aquel pasaje bíblico que Jesús pronunció: “Dejen que los niños vengan a mí” [Marcos 10, 14 y Mateo 19, 14]. El juvenil entusiasmo y la devoción de los jóvenes comulgantes inspiran a cuantos presencian esos felices momentos.
No obstante, hay algunas personas que confunden el haber recibido la Primera Comunión con haber llegado a la cima de su relación sacramental con Cristo. Pero lo cierto es que nuestra relación debería profundizarse más con cada futura recepción de la Eucaristía. De modo que la anciana en silla de ruedas que recibe la Eucaristía durante la misa de Primera Comunión de su bisnieto debería tener una experiencia espiritual aún más profunda de su unión con el Señor que su querido bisnieto en su día especial. La Primera Comunión es el punto de partida de un extenso caminar con Cristo que se prolonga por toda la vida y ha de ser motivo de gran alegría para todos al ver que nuestros pequeños emprenden ese camino por primera vez.
Hace poco, tuve la fortuna de compartir en dos diferentes liturgias de Primera Comunión. Monseñor Bart Smith me invitó a presidir la misa de Primera Comunión en la parroquia de St. Bernadette en Silver Spring, y el padre Gary Studniewski me pidió participar en un jubiloso evento con los niños que iban a recibir la Primera Comunión en el Santuario del Santísimo Sacramento, donde la participación de los muchachos fue fundamental para congregar a la comunidad escolar al concluir la celebración de su centenario. En ambos eventos la atmósfera estuvo llena de gran alegría y santa inocencia.
Es propio de las ceremonias de Primera Comunión inspirar a todos los asistentes a rememorar aquel momento tan trascendente de su propia vida personal, así como las innumerables invitaciones posteriores que el Señor les ha extendido para recibirlo en la Sagrada Eucaristía después de aquel primer encuentro. De hecho, ha de ser un recordatorio y un incentivo para proseguir nuestra unión con el Señor Jesús. Aunque lo más común es que hayamos recibido la Primera Comunión cuando éramos niños, tal acontecimiento nunca debe permanecer nada más que como algo sucedido en la infancia. La Sagrada Eucaristía es un encuentro vivo y personal con el Señor Resucitado, que debe crecer e intensificarse a medida que avanzamos en la vida y maduramos.
Ahora mismo, nuestra nación se encuentra literalmente en una peregrinación eucarística especial cuyo objetivo es intensificar y aumentar la comprensión y el aprecio de los fieles sobre este maravilloso don. Si creemos que nuestra experiencia infantil de la Primera Comunión no pasa de ser un momento de fe que quedó estancado en el recuerdo, no es de extrañar que demasiados católicos hayan olvidado o nunca hayan crecido en una comprensión más madura e iluminada por la fe del significado, la realidad y el propósito que tiene el don de Cristo en el sacramento. Si creemos que en la Primera Comunión aprendimos todo lo que deberíamos saber y apreciar sobre este maravilloso don, nos estamos privando del tesoro del continuo encuentro personal con el Señor Eucarístico. La Primera Comunión ha de ser el comienzo de muchas experiencias posteriores que nos conducen a un amor cada vez más profundo a Cristo, el Señor, que viene a alimentarnos y a transformarnos en los discípulos que Él quiere que sean sus compañeros de mesa.