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Su nombre le sobrevive ya

El obispo Francisco González, un amigo, ‘partió’ inesperadamente el 4 de marzo de 2024, en Barcelona, España, dejando una gran tristeza y un inmenso vacío en el corazón de todos los que le conocimos. Es difícil encontrar las palabras justas para describir su súbita partida porque su ‘presencia’ sigue estando presente en nuestra comunidad local, en su ‘hogar y vecindario’. No hablar de él sería ausentarse y negarse a compartir la tristeza. Solo hablando de su desaparición -y en su nombre- podemos conservarlo en vida en nuestra memoria y corazones.   El duelo comienza antes que la desaparición, en la amistad, y, como en este caso, antes que la amistad propiamente dicha. De dos amigos, inevitablemente, uno tiene que irse antes que el otro, ley de la amistad que debemos aceptar. Tener un amigo, seguirle y admirarle como amigo, consiste en saber de una manera afligida y por adelantado que uno de los dos fatalmente verá morir al otro. No hay esa amistad sin ese conocimiento de la finitud. Mas, su nombre le sobrevive ya. Y le sobrevive en el ejemplo. 

El obispo González solía hacer hincapié en lo que él llamaba con sutileza el ‘apostolado de la presencia’: la vital importancia de ‘sentar presencia’ en todo lo que hagamos y, para ello, no hay necesidad de ser un héroe, solo ser quienes somos y saber ‘jugar’ en equipo. Como en el fútbol, si jugamos como un bloque y decidimos hilvanar jugadas en equipo podremos levantar la copa de campeón. Esa cohesión infunde confianza y fortaleza para superar la dependencia de jugar en función de la ‘genialidad’ de un solo jugador. Al final de cuentas, cada uno de nosotros es un ‘engranaje vital’ que si cumple su función no habría necesidad de vivir de la ilusión de contar con un ‘salvador’ para hacernos del triunfo, solo ‘garra’ y generosa entrega. Lo propio sucede en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana. Por donde uno quiera verlo, en nuestra cotidianeidad, como en el deporte, no hay gran diferencia en la actitud con la que debemos salir a encarar nuestras tareas y responsabilidades diarias. La entrega generosa con la que saltemos al ‘campo de la vida’ a jugar partidos vitales en el área de la educación, empleo, vivienda o inmigración marcarán los ‘goles’ que harán la diferencia. A la ‘cancha’ hay que salir siempre a entregar lo mejor de uno, jugando en equipo, en lo que nos una como familia, comunidad o parroquia. 

En ese contexto, no necesitaremos de héroes, solo ser quienes somos, ciudadanos que asumimos, por ejemplo, la responsabilidad cívica de decidir nuestro destino registrándonos para votar y acudir a las urnas a emitir un voto responsable, que reflejará nuestra participación y madurez cívica que no estará en manos ajenas o del azar, solo en el compromiso mancomunado que asumamos en beneficio de nuestros hogares y vecindarios. Hoy que la comunidad inmigrante vive aciagos momentos, la presencia comprometida es un ejemplo que arrastra, amén de erigirse como una muestra genuina de la responsabilidad que nos compete a todos cuando se trata de llegar a buen puerto. No podemos ser meros observadores, ni mantenernos impasibles, frente al ambiente anti-inmigratorio que se vive en el país. Todos, desde el primer inmigrante que puso pie en suelo ‘americano’, llegaron con el sueño a cuestas de construir un futuro mejor para ellos y sus hijos. El obispo Francisco González solía remarcar que “la gente del tercer mundo está viniendo al primero a buscar los valores que se les han predicado: libertad de acción, respeto por los derechos humanos y capacidad de desarrollo económico, derechos que acompañan a todo inmigrante”.

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