Nunca es fácil escribir sobre cualquier tipo de abuso; es algo que resulta molesto e incómodo, tanto para el redactor como para el lector. Sin embargo, el abuso en todas sus horribles formas está presente en nuestra sociedad y debe ser abordado con franqueza y honestidad. Hoy quiero centrar mi atención en otra faceta que me parece especialmente oportuna. Pero he aquí una nota de advertencia: lo que sigue podría provocar reacciones inesperadas.
No hay manera de asimilar el dolor que causa el abuso sin haberlo sufrido. No se puede empezar a comprender este sufrimiento en sus profundas repercusiones sin despertarse y tenerlo presente día tras día. Por último, no es posible apreciar la fortaleza que se requiere para confiarlo a otra persona, a menos que uno se haya sentido personalmente movido y habilitado para hacerlo.
Siendo así, y aun si no podemos empezar a entender lo que sienten aquellos para quienes este es un hecho insoslayable y persistente en la vida, no tenemos excusa para escuchar con una compasión que no sea totalmente sincera y genuina, y luego responder de la misma manera.
Estas lecciones han sido algunas de las más complicadas e importantes que me ha tocado ver en mi vida como obispo. Cada interacción de este tipo con un sobreviviente o con el ser querido de un sobreviviente me ha servido para reforzar mi decisión de eliminar todos los obstáculos que surjan en el camino hacia la curación, la justicia y la mayor seguridad posible en los entornos de toda nuestra Arquidiócesis. Y si las estrategias emanadas de la experiencia de nuestra Iglesia pueden servir de modelo para otras instituciones, tanto mejor. Esta lacra no es solo nuestra; es preciso compartir ampliamente lo que hemos aprendido y las respuestas que hemos desarrollado para que nuestra sociedad no tenga que limitarse a reaccionar ante los abusos perpetrados contra inocentes y empiece a idear fórmulas más eficaces para evitar que tales casos se sigan produciendo.
Teniendo esto en cuenta, aprovecho la oportunidad para recordarles a nuestros párrocos, a los directores de ministerios parroquiales y a todo el pueblo de Dios que hay promesas inequívocas que hemos hecho con respecto a aquellos que tal vez hayan sido abusados y no se atrevan a presentar sus denuncias.
Ante todo, y sin excepciones, crearemos entornos abiertos y dispuestos a recibir las denuncias de abuso y conducta indebida que se presenten, y responderemos con la debida atención pastoral a todos los implicados.
Ofreceremos un espacio seguro y libre de prejuicios para atender a aquellos que deseen expresar denuncias de abuso y nos pondremos en contacto con el personal pertinente para garantizar que todos los involucrados reciban asistencia, como se indica en la sección 9 de la Política de Protección de Niños y Entornos Seguros de la Arquidiócesis de Washington: “Por medio de este cuidado pastoral, así como de una educación y capacitación continuas para clérigos y demás personal de la Iglesia, la arquidiócesis trabajará de manera diligente para promover comunidades creyentes seguras y saludables.”
Si alguna vez dejamos de cumplir este compromiso a nivel local en una parroquia o escuela, lo asumiremos a nivel arquidiocesano.
Cooperaremos plenamente con las autoridades civiles y les permitiremos llevar a cabo sus investigaciones sin interferencias. Como se enuncia en la Sección 5 de la aludida Política:
“La Arquidiócesis está comprometida a trabajar con las autoridades civiles para proteger a los niños al prevenir el abuso infantil y el descuido, denunciar todo presunto incidente de abuso o descuido, cooperar con las investigaciones de las acusaciones y con el consiguiente proceso judicial, así como informar a las víctimas el derecho que tienen a denunciar en forma independiente y apoyar el ejercicio de ese derecho, tal como está especificado en el Estatuto para la protección de niños y jóvenes.”
Cabe señalar que tan importante es lo que haremos como lo que no haremos. Cuando se nos presente una denuncia de abuso o conducta indebida, bajo ninguna circunstancia la desestimaremos, la juzgaremos, nos avergonzaremos, la minimizaremos ni actuaremos a la defensiva. Por el contrario, escucharemos, aprenderemos, asumiremos la responsabilidad y respetaremos los límites. Y actuaremos de manera apropiada y de acuerdo con los procesos y políticas establecidos en nuestra Política de Protección de Niños y Entornos Seguros, disponible en https://adw.org/about-us/resources/child-protection/.
Si usted ha sido víctima de abuso o se ha enterado de que alguien en el ministerio arquidiocesano ha cometido conducta indebida, o si ha denunciado un caso de mala conducta a nivel local y no cree que nuestras políticas se hayan aplicado al pie de la letra, le ruego con humildad que se ponga en contacto con la señora Courtney Chase, directora ejecutiva de Protección de Niños y Entornos Seguros de nuestra Arquidiócesis, llamando al 301-853-5302. Puedo reiterar que, bajo mi dirección y con mi apoyo irrestricto, las acciones descritas en nuestra política se aplicarán al pie de la letra.
Me siento orgulloso del arduo trabajo de tantos colaboradores que han contribuido decisivamente a poner en marcha estas políticas y procedimientos, y sin embargo sé que las normativas son eficaces solamente en la medida en que todos colaboremos igualmente en su aplicación. Es nuestro deber para con nuestros hijos y con cada uno de nosotros el cumplir estas promesas.
Le ruego a Dios que bendiga a todos los que han sufrido en manos de otro, y en particular de alguien en el ministerio de la Iglesia, y pido que les traiga la curación que solo Él puede brindar.