El monumento de María Reina de la Paz fue inaugurado el 15 de agosto de 1940, en agradecimiento por la preservación del país durante la Primera Guerra Mundial. Está construido de forma de terrazas ascendentes, llenas de verde y flores multicolores. La cumbre está coronada con la imagen de la Virgen María, hecha en mármol y de unos tres metros de alto.

El papa Francisco comenzó su homilía saludando a los miles de peregrinos venidos no solo de Mauricio, sino de las demás islas circundantes, del Océano Índico y les animó a dejar que la misma Palabra, que Jesús pronunció hace dos mil años, “encienda hasta los corazones más fríos”.

Continuó afirmando: “Juntos podemos decir al Señor: creemos en ti y, con la luz de la fe y el palpitar del corazón, sabemos que es verdad la profecía de Isaías: anuncias la paz y la salvación, traes buenas noticias, reina nuestro Dios”.

El texto del Evangelio sobre el que reflexiona el Papa es el de las Bienaventuranzas: “Las bienaventuranzas «son el carnet de identidad del cristiano. Si alguno de nosotros se plantea la pregunta: “¿Cómo se hace para ser un buen cristiano?”, la respuesta es sencilla: es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que pide Jesús en las bienaventuranzas. En ellas se dibuja el rostro del Maestro, que estamos llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas”.

En este contexto, el Santo Padre recordó al beato Jacques-Désiré Laval, de quien dijo: “El amor a Cristo y a los pobres marcó su vida de tal manera que lo protegió de la ilusión de realizar una evangelización “lejana y aséptica”. Sabía que evangelizar suponía hacerse todo para todos”.

Seguidamente, Francisco profundizó sobre el sentido que de la evangelización tenía el p. Laval: “Aprendió el idioma de los esclavos recientemente liberados y les anunció de manera simple la Buena Nueva de la salvación. Supo convocar a los fieles y los formó para emprender la misión y crear pequeñas comunidades cristianas en barrios, ciudades y aldeas vecinas, muchas de estas pequeñas comunidades han sido el inicio de las actuales parroquias. Fue solícito en brindar confianza a los más pobres y descartados para que fuesen ellos los primeros en organizarse y encontrar respuestas a sus sufrimientos”.

El Papa llamó a la Iglesia no perder el entusiasmo evangelizador, “refugiándonos en seguridades”, que derivan en una Iglesia incapaz de convocar. Por eso, insiste: “El impulso misionero tiene rostro joven y rejuvenecedor. Son precisamente los jóvenes quienes, con su vitalidad y entrega, pueden aportarle la belleza y frescura propia de la juventud cuando desafían a la comunidad cristiana a renovarnos y nos invitan a partir hacia nuevos horizontes”.

El Papa llamó la atención sobre la situación de los jóvenes en Mauricio: “son los jóvenes los que más sufren, padecen la desocupación, les quita la posibilidad de sentirse actores privilegiados de la propia historia común”. Los jóvenes, dice el Papa, “viven un futuro incierto que los empuja fuera del camino y los obliga a escribir su vida al margen, dejándolos vulnerables y casi sin puntos de referencia ante las nuevas formas de esclavitud de este siglo XXI. ¡Ellos, nuestros jóvenes, son nuestra primera misión!”

El Santo Padre animó a todos a “darles un lugar (a los jóvenes), conociendo “su lenguaje”, escuchando sus historias, viviendo a su lado, haciéndoles sentir que son bienaventurados de Dios. ¡No nos dejemos robar el rostro joven de la Iglesia y de la sociedad; no dejemos que sean los mercaderes de la muerte quienes roben las primicias de esta tierra!”

Y preguntándose qué haría el p. Laval, el Papa afirmó: “Para vivir el Evangelio, no se puede esperar que todo a nuestro alrededor sea favorable, porque muchas veces las ambiciones del poder y los intereses mundanos juegan en contra nuestra (…) En una sociedad así, se vuelve difícil vivir las bienaventuranzas (…) pero no podemos dejar que nos gane el desaliento”.

El Papa insistió que, ante esta constatación, no debería solo preocuparnos el número, sino “Las carencias de hombres y mujeres que quieren vivir la felicidad haciendo caminos de santidad, hombres y mujeres que dejen arder su corazón con el anuncio más hermoso y liberador. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra con­ciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida”.

Dejemos que toque el corazón de muchos hombres y mujeres de esta tierra, dejemos que toque también nuestro corazón para que su novedad renueve nuestra vida y la de nuestra comunidad. Y no nos olvidemos que quien convoca con fuerza, quien construye la Iglesia, es el Espíritu Santo, afirmó Francisco.

Finalizó la homilía invitando a los fieles a solicitar a María: “Pidámosle el don de la apertura al Espíritu Santo, de la alegría perseverante, esa que no se amilana, ni se repliega, la que siempre vuelve a experimentar y afirmar que “el Todopoderoso hace grandes obras, su nombre es santo”.

Al término de la celebración de la Santa Misa, el Papa saludó a los asistentes, así como agradeció al cardenal Piat, a Mons. Aubry y a todos por su trabajo y esfuerzo. De igual manera, al Presidente de la República, al Primer Ministro y a las autoridades del país por su generoso esfuerzo realizado.

Saludo a los presos que han seguido el camino "Alfa" en la cárcel y que me han escrito; les dirijo mis saludos cordiales y mi bendición.

También dio las gracias a los sacerdotes, diáconos, consagrados y voluntarios. A las personas venidas de Seychlles, Reunión, Comoras, Chagos, Agalega, Rodrigues y Mauricio. A todos les aseguró sus oraciones y cercanía. Vaticano News