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Fiesta patronal en honor al Divino Salvador del Mundo

Fieles salvadoreños cargan la imagen del “Divino Salvador del Mundo” en Washington, DC. Foto/archivo

El buen amigo, músico y cantautor Guillermo Cuéllar escribió hace algunas décadas, cuando San Óscar Romero era el arzobispo de la Arquidiócesis, un canto cuya letra gustó mucho al obispo mártir y que hoy se sigue cantando con gran entusiasmo y esperanza en comunidades y parroquias. Hablamos del Gloria de la misa popular salvadoreña, vinculada a la celebración del Divino Salvador del Mundo, patrono de El Salvador. 

"Vibran los cantos explosivos de alegría, voy a reunirme con mi pueblo en catedral. Miles de voces nos unimos ese día para cantar en nuestra fiesta patronal". 

Se sabe que la dimensión festiva es una de las más patentes de la religiosidad popular. La religiosidad del pueblo consiste, ante todo, en el giro interminable de la rueda de sus fiestas. En ellas, el practicante celebra la alegría de su fe en compañía de hermanos y hermanas que comparten sus mismas convicciones, oyen la misma palabra sagrada y se sienten próximos a Dios. 

"Gloria al Señor, gloria al Señor, gloria al patrón de nuestra tierra El Salvador, no hay redención de otro Señor, solo un patrón nuestro, Divino Salvador". 

El título "Salvador" remite al problema central de los cristianos del Nuevo Testamento: la posibilidad de salvación. La salvación, explica el teólogo Jon Sobrino, es un concepto complejo, pues depende de las opresiones y necesidades plurales de los seres humanos, de las cuales deben ser salvados. En lenguaje antropológico, salvar significa superar la deshumanización de lo humano. En conceptualización religiosa, supone superar la distancia entre Dios y los seres humanos, distancia que se ahonda éticamente por el pecado. Para el Nuevo Testamento, Cristo es el mediador de esa salvación. 

"Por ser el justo y defensor del oprimido, porque nos quieres y nos amas de verdad, venimos hoy todo tu pueblo decidido, a proclamar nuestro valor y dignidad". 

Madre de familia salvadoreña reza frente a la imagen del “Divino Salvador del Mundo. Foto/Javier Díaz

Las curaciones que Jesús lleva a cabo son el símbolo que mejor condensa e ilumina la razón de su vida. Jesús no cura de manera arbitraria o por afán sensacionalista (no busca impresionar a nadie). Lo que busca es la salud integral de las personas: que todos los que se sienten abatidos, enfermos, rotos o humillados puedan experimentar la salud como signo de un Dios amigo que quiere para el ser humano vida y salvación.

"Ahora, Señor, podrás ser tú glorificado, tal como antes allá en el Monte Tabor, cuando tú veas a este pueblo transformado y haya vida y libertad en El Salvador". 

Salvación y liberación son términos fundamentales para expresar la acción divina. En Éxodo se manifiestan de manera admirable las características esenciales del Dios de Israel: actúa por amor compasivo hacia los que llama su pueblo; conoce bien los sufrimientos de los suyos, oye sus clamores y no permanece indiferente, el sufrimiento y el clamor de los desvalidos conmueve su corazón, y reacciona liberando. 

"Pero los dioses del poder y del dinero se oponen a que haya transfiguración, por eso ahora vos, Señor, sos el primero en levantar tu brazo contra la opresión". 

El Dios de Jesús y Jesús Salvador se enfrentan a otros dioses, no porque sean su competencia, sino porque su proceder es injusto. Ese Dios que es el primero en levantar su brazo contra la opresión está claramente descrito en el Salmo 82: "Dios se levanta en la asamblea divina, rodeado de dioses juzga. ¿Hasta cuándo darán sentencias injustas poniéndose de parte del culpable? Defiendan al débil y al huérfano, hagan justicia al humilde y al necesitado, salven al débil y al pobre, liberándolo del poder de los malvados".

(*) Profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuita de Teología, Santa Clara, University y profesor de la Escuela de Liderazgo Hispano de la Arquidiócesis de San Francisco. Profesor jubilado de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA) de El Salvador.

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