Catholic Standard El Pregonero
Clasificados

Tradición eclesial latinoamericana

Obispos reunidos en San Salvador para la reunión del CELAM. (Foto/cortesía Celam)

Una reunión histórica, donde se compartieron experiencias pastorales, se analizó la realidad de nuestros países y se evaluó el caminar del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), tuvo lugar en El Salvador del 9 al 12 de mayo.

En la XXXVI Asamblea General Ordinaria del CELAM asistieron delegados de los 22 países que conforman el consejo, y representantes de las conferencias episcopales de Canadá y Estados Unidos.

El lema de la cumbre, “promover una Iglesia de los pobres y para los pobres”, estuvo inspirada por varias efemérides de la tradición eclesial latinoamericana, entre ellas: los 50 años de los documentos de Medellín, los 100 años del nacimiento del beato Óscar Romero y los 10 años del documento de Aparecida.

Repasemos, brevemente, lo que significan esas conmemoraciones.

El CELAM se creó en Río de Janeiro (1955) durante la primera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, dándole las siguientes funciones: “Estudiar los asuntos que interesan a la Iglesia en América Latina, coordinar las actividades, promover y ayudar obras católicas, y preparar nuevas Conferencias del Episcopado Latinoamericano”.  En esta iniciativa encontramos una de las semillas fundamentales para que la Iglesia de América Latina desarrollara un alto grado de madurez teológica y pastoral.

Esta asamblea ha tenido presente el gran acontecimiento teológico-pastoral que hace 50 años surgió en Medellín. El tema central de esa conferencia fue “Presencia de la Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio Vaticano II”. Ahí se plantearon las exigencias ineludibles de la misión eclesial.

En Medellín se exhorta a seguir el ejemplo y las enseñanzas de Jesús; a hacerse cargo de la situación angustiosa de millones de pobres en América Latina; a defender, según el mandato evangélico, los derechos de los pobres y oprimidos, urgiendo a los gobiernos y clases dirigentes, para que eliminen todo cuanto des-truya la paz social. Se refieren a las injusticias, la inercia, venalidad e insensibilidad.

En Medellín también se llamó a denunciar enérgicamente los abusos y las injustas consecuencias de las desigualdades excesivas entre ricos y pobres, entre poderosos y débiles. Asimismo, se instó a la coherencia testimonial, presentando cada vez más nítido el rostro de una Iglesia auténticamente pobre, misionera y pascual, “desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres”.

En definitiva, en los documentos de Medellín, la opción por los pobres aparece frecuentemente como algo esencial de la fe cristiana.

Respecto a la celebración de los 100 años del nacimiento de monseñor Romero, esta se concibe no solo como un reconocimien-to a un obispo fiel (hasta el martirio) al seguimiento de Jesús, y a la mejor tradición de la Iglesia universal y latinoamericana, sino, sobre todo, como un legado que tiene mucho que decir a los episcopados, a la Iglesia en general y a los pueblos de este tiempo.

De monseñor Romero se dice que, sin duda, fue un hombre de Iglesia. Y ser miembro de Iglesia significó para él mantener en la historia el proyecto y la vida de Jesús. Implicó, un modo de praxis eclesial: Iglesia encarnada en el mundo (porque Dios actúa en la historia humana), Iglesia servidora de los pobres (porque estos son víctimas de la injusticia), Iglesia comunidad de hombres y mujeres que profesan y prosiguen la vida y la misión de Jesús (aspecto esencial de la misión cristiana).

De acuerdo a esos rasgos, monseñor Romero se ha constituido en una figura insigne de una Iglesia de los pobres. Él lo planteaba en los siguientes términos: “(Hay que) volver nuestra alma hacia los más humildes, los más pobres, los más débiles, e imitando a Cristo, hemos de comparecernos de las turbas oprimidas por el hambre, por la miseria, por la ignorancia…”

En la V Conferencia del Episcopado de América Latina y el Caribe (Aparecida, 2007), se renovó la opción por los pobres, asumida como implícita en la fe cristológica. En esta perspectiva, una de las afirmaciones emblemáticas de este documento proclama que “los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo. Ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas”.

Y más contundente todavía es la siguiente expresión: “Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres, y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo”.

Sabemos que esta centralidad de los pobres, originada desde la Iglesia de América Latina, ha pasado hoy a ser patrimonio de la Iglesia universal, como lo expresó San Juan Pablo II en la Carta apostólica Tertio Millennio Adveniente: “(Si Jesús) vino a evangelizar a los pobres, ¿cómo no subrayar más decididamente la opción preferencial de la Iglesia por los pobres y los marginados?”

Al término de la asamblea, los obispos dieron a conocer un mensaje en el que expresan su preocupación por lo que ellos llaman “las marcas del Crucificado”, reconocidas en las experiencias difíciles por las que atraviesan nuestros pueblos. Se refieren a “las polarizaciones políticas crecientes, la escalada de violencia, el drama  de los migrantes, el aumento de los índices de pobreza e indigencia, la corrupción estructural, el menosprecio  por la vida en todas sus etapas, los nuevos modelos de familia, y la cada vez más reinante cultura del descarte”.

Frente a estas realidades, señalaron que dos son las actitudes que deben ser cultivadas: “coraje” para anunciar el Evangelio y “aguante” para sobrellevar las dificultades”. Aspectos propios del cristianismo recio que se suscitó en América Latina, donde la fe cristiana se unificó con la práctica de la justicia para el pobre.

Secciones
Buscar