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Fe y ciencia ante el clamor de la tierra

“Hay que unirnos para salvar nuestro planeta antes que sea demasiado tarde. Las generaciones futuras no nos perdonarán se desperdiciamos esta preciosa oportunidad. Hemos heredado un jardín: no debemos dejar un desierto a nuestros hijos”. Foto/CNS

“El encuentro Fe y Ciencia: hacia la COP26”, realizado recientemente en el Vaticano, reunió a religiosos y científicos de todo el mundo para aumentar la conciencia de los desafíos sin precedentes que en la actualidad amenazan la vida. Durante la reunión se firmó un llamamiento para los participantes en la 26ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) que tendrá lugar en Glasgow, Escocia, del 31 de octubre al 12 de noviembre de 2021. 

Enunciemos los presupuestos básicos del documento, donde fe y ciencia se complementan para contrarrestar la cultura del descarte y adoptar una cultura del cuidado y la cooperación. Luego, también enunciaremos las medidas y compromisos que se puntualizan en el texto para replantearse un nuevo modo de estar en la realidad: creativo, respetuoso y valiente por el bien de la Tierra.

La visión explícita en el “llamamiento” puede resumirse en los siguientes postulados:

Primero, la naturaleza es una fuerza vital sin la cual no podríamos existir (venimos de ella). En consecuencia, no somos dueños ilimitados de nuestro planeta, sino custodios con un deber de cuidar de la familia humana y del ambiente en el que vive.

Segundo, somos profundamente interdependientes entre nosotros y con el mundo natural. Esta conexión es la base de la solidaridad interpersonal e intergeneracional y de la superación del egoísmo. Los daños al medio ambiente son el resultado, en parte, de una tendencia depredadora a considerar el mundo natural como algo que hay que explotar, sin tener en cuenta hasta qué punto la supervivencia humana depende de la biodiversidad y la salud de los ecosistemas planetarios y locales. 

Tercero, la fe y la ciencia son pilares esenciales de la civilización humana, con valores compartidos y complementarios. Juntos, debemos hacer frente a las amenazas a nuestra casa común. Las advertencias de la comunidad científica son cada vez más fuertes y claras, así como la necesidad de acciones concretas. Los científicos dicen que el tiempo se está acabando. La temperatura global ya ha aumentado hasta el punto de que el planeta es más caluroso que nunca en los últimos 200.000 años. La crisis climática nos afecta a todos, pero no nos afecta de la misma manera. El texto plantea que afectará a los más pobres, especialmente a las mujeres y los niños de los países más vulnerables, que son los menos responsables de este fenómeno.

Cuarto, la humanidad tiene el poder de pensar y la libertad de elegir. Debemos enfrentarnos a estos retos utilizando los conocimientos de la ciencia y la sabiduría de la religión: saber más y cuidar más.

Quinto, tenemos que arrancar de raíz las semillas del conflicto: la codicia, la indiferencia, la ignorancia, el miedo, la injusticia, la inseguridad y la violencia. Tenemos que centrarnos especialmente en los que están en los márgenes. Es necesario que actuemos juntos para inspirarnos y empoderarnos mutuamente. Necesitamos vivir en paz entre nosotros y con la naturaleza. 

Y entre las medidas que las naciones del mundo deben llevar a la práctica para cumplir con sus obligaciones bajo acuerdos internacionales, se mencionan: cambiar la narrativa del desarrollo y adoptar un nuevo tipo de economía: una economía que ponga la dignidad humana en el centro y sea inclusiva; que sea ecológicamente respetuosa, que cuide el medio ambiente y no lo explote; que no se base en el crecimiento ilimitado y los deseos desenfrenados, sino que sustente la vida; que promueva la virtud de la templanza y condene la maldad del exceso; que no sea sólo tecnológica, sino también moral y ética.

Asimismo, urgen a las naciones con mayor responsabilidad y capacidad a que, aceleren su política climática a nivel nacional; cumplan con los compromisos existentes de proporcionar un apoyo financiero sustancial a los países vulnerables; acuerden nuevos objetivos que les permitan ser resilientes al clima, así como adaptarse y hacer frente al cambio climático y a las pérdidas y daños derivados del mismo, que ya son una realidad para muchos países.

Por su parte, los líderes religiosos se comprometen, entre otras acciones, a participar de forma activa y adecuada en el debate público y político sobre cuestiones ambientales, compartiendo sus perspectivas religiosas, morales y espirituales, dando voz a los más débiles, a los jóvenes y a los que demasiado a menudo son ignorados, como los pueblos indígenas. 

El “llamamiento”, pues, de las religiones y la ciencia, ofrece una visión crítica y una propuesta ética frente a uno de los principales desafíos que tiene la familia humana: el cuidado de la casa común.  El mensaje es claro: “hay que unirnos para salvar nuestro planeta antes que sea demasiado tarde. Las generaciones futuras no nos perdonarán se desperdiciamos esta preciosa oportunidad. Hemos heredado un jardín: no debemos dejar un desierto a nuestros hijos”.

 (*) Profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuita de Teología (Santa Clara, CA; profesor de la Escuela de Pastoral Hispano, Arquidiócesis de San Francisco, CA. Profesor jubilado de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” El Salvador. Exdirector de YSUCA. 

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