El esfuerzo extenuante por alcanzar un objetivo tiene -por lo general- su recompensa cuando se corona con éxito lo que se persigue, pero muchas veces se sigue a pie juntillas un libreto basado en el sacrificio e inversión de tiempo por alcanzar una meta sin tener a ciencia cierta un propósito definido. Se asume que el esfuerzo en sí mismo y el logro nos abrirá todo tipo de oportunidades, lo que es cierto, cuando hay un propósito claro de lo que se busca. En los centros de estudios insisten mucho en esa mecánica, basado en el mero esfuerzo, sin acompañar de cerca a los jóvenes, ni tener en consideración sus necesidades inmediatas. De allí, que, en el corto y largo plazo, luego de una ingente inversión de tiempo y energía, muchos se desorientan y se preguntan si es eso lo que realmente buscan, vale decir, una búsqueda constante de oportunidades, lo que no está mal -insisto- si hay un claro propósito de vida. En caso contrario, se terminará viviendo en función de promesas y agotadoras disyuntivas, una vida de esfuerzo permanente sin un propósito, una letanía.
Los centros de estudios superiores suelen ofrecer todo tipo de oportunidades a los que prácticamente lo tienen todo. Sin embargo, hay organizaciones -como el Centro Católico Hispano- que ofrecen carreras de mando medio que permite a los jóvenes capacitarse y mejorar su situación con un acompañamiento que va en función de sus necesidades, sin dejar de lado el tema de buscar mejoras educativas, especialmente para las personas de limitados recursos y los migrantes recién llegados, quienes pueden acceder a una serie de cursos de capacitación técnica que les permitirá, en el corto plazo, ganarse un lugar en la sociedad que les acoge. Se les capacita en un oficio en particular y, como un valor agregado, aprenden no solo a decidir, sino también a pararse por sí mismos, allí, creo, reside el mayor éxito de las instituciones que ofrecen ese tipo de capacitación y de los que se benefician de ello. En suma, un tándem ganador por donde se le vea.
Los cursos que ofrecen muchas de esas instituciones están diseñados en función de las necesidades de las comunidades donde residen los beneficiarios, quienes tácitamente aprenden también a decidir o elegir el tipo de trabajo que pueden realizar y, de paso, darle un propósito a su vida, una oportunidad donde las decisiones forjan su carácter en el seno de la comunidad a la que servirán luego, un diálogo fructífero consigo mismo y con los que interactúan en el servicio que prestan. Al final de cuenta, son ellos los que decidirán la orientación que darán a su vida. Tampoco está demás destacar la inmensa labor social de los que educan, informan y forman a los que más necesitan capacitándoles y orientándoles a dar un propósito final a lo que hacen, a evaluar y apreciar lo que se les da y, lo que es también vital, a prevenir decisiones arbitrarias y a comunicar mejor los motivos que están detrás de sus decisiones, una liberación que permite disfrutar lo que uno hace cotidianamente. La vida es un viaje donde uno necesita un mapa de ruta del lugar al que queremos ir antes que lleguemos allí, evitando, en la medida de lo posible, decisiones erráticas que pueden evitarse cuando uno es sincero consigo mismo y busca el bienestar entendido como sabiduría. No debería causar sorpresa que los jóvenes elijan lo último. Hay una juventud ávida de orientación en un medio donde la libertad y la ansiedad modernas van de la mano. En un ambiente de libertad y ‘abundancia’ a los jóvenes se les hace más complicado aprehender el arte de elegir y reflexionar sobre un propósito de vida, de allí el imperativo de acompañarlos en ese periplo.