Vivimos una de las peores crisis de salud que el país y el planeta experimentan y sufren debido a la pandemia desatada por el Covid-19, donde quedó claro que ninguna nación vencerá sola el virus y que afectará para siempre el orden mundial. Un mundo post-pandemia –si consideramos que el futuro refleja en cierta medida el pasado- deberá ser un mundo donde prime la solidaridad que haga posible vivir en un ambiente de seguridad y plena cooperación. Si algo hemos internalizado de la amenaza de una posible guerra nuclear es que nadie sobreviviría a ella. Sería, pues, delirante pensar que todo volverá a ser como antes de que se desatara la pandemia, así como tampoco podemos dejar de interiorizar la vital importancia de contar con un real liderazgo y no volver a sufrir la ignominia de la abdicación del liderazgo de un presidente –como sucedió en la nación desde el inicio de la pandemia y en días recientes- que dejó que triunfara el interés personal por encima del interés nacional, amén de cortejar a irracionales y a fuerzas extremistas, negando la realidad –y en el pasado la ciencia- lo que ha agravado aún más la crisis.
La enseñanza que deja la pandemia es que los Gobiernos en crisis deben decir la verdad, no ‘administrarla’. No deben ocultar nada, ni poner la mejor cara de relaciones públicas. El quid del tema es no manipular a nadie, porque de lo que se trata es de ganar la confianza pública, para que todos juntos podamos combatir esta extraordinaria crisis enfrentando con entereza sus desafíos. En abril del año pasado cuando tomamos plena conciencia de la gravedad de lo que enfrentamos, la pregunta era cuánto tiempo viviremos esta zozobra y cuándo estará lista una vacuna. Ahora que tenemos la vacuna, cómo se explica la lentitud de su distribución que tiene mucho que ver con el balance en la respuesta estatal y el Gobierno federal. Cuán serio es la mutación del nuevo coronavirus, qué podemos aprender de otros países y cómo lidiar con la desigualdad en la distribución de la vacuna. Sabemos a ciencia cierta que las enfermedades infecciosas matan a más personas que nadie en este planeta y que es ineludible abordar cómo nos preparamos para la próxima pandemia.
No es el momento de culpar a nadie, sino de avanzar, de identificar donde están los problemas y lo que nos impide seguir adelante. Se necesita una respuesta coordinada, una movilización masiva si queremos evitar que la gente siga muriendo innecesariamente: en un solo día murieron, en el país, la cifra récord de 4.700 personas. Y es una tragedia que no se puedan distribuir miles de dosis de las vacunas disponibles. El papel del Gobierno no es lavarse las manos y dejar todo a cargo de los estados. En una “movilización de guerra”, donde se enfrenta el peligro de la falta de información y la desinformación incluida, la mayor preocupación es cómo recuperar la confianza pública y no enfrentar la salud pública versus las escuelas o la economía. La vacuna y la vacunación en el brazo de una persona es algo totalmente diferente. La vacunación –que no es lo suficientemente rápida- es un aspecto del control de covid-19 y se necesita tiempo para vacunar a todos para reducir el contagio y la expansión del virus. Entretanto, debemos seguir usando mascarillas y manteniendo el distanciamiento social, sin olvidar que una sola medida no es suficiente.
Como colofón, subrayamos la idea central del mensaje ‘La cultura del cuidado como camino de paz’ del papa Francisco: “La humanidad pueda progresar en este año por el camino de la fraternidad, la justicia y la paz, acentuando la cultura del cuidado para erradicar la cultura de la indiferencia, del rechazo y de la confrontación que suele prevalecer hoy en día”.