Grandes filósofos como H. Arendt y J. Habermas, se han ocupado de las relaciones de las estructuras sociales (económicas, políticas, culturales) con la política y de las relaciones existentes e inocultables entre política, comunicación social, violencia y poder.
Por estos días, en los Estados Unidos, nos encontramos inmersos en una campaña electoral entre los dos candidatos, representantes de los partidos tradicionales demócrata y republicano, cuyas propuestas de campaña nos llega a través de los medios de comunicación “social”.
A los ciudadanos nos corresponde elegir entre dichas propuestas y, para hacerlo, de la mejor manera, en un mundo de relaciones tan intrincadas y complejas, nos corresponde convertirnos en “filósofos de la sospecha”, en búsqueda – siempre – de la verdad y de lo que conviene más y mejor al bien de la mayoría en esta nación. Conviene “sospechar” para desenmascarar el cinismo, las mentiras, las medias verdades, las “fake news”, en las ofertas “políticas” que nos presentan como ciertas y convenientes para todos.
Sospechar, porque en esta coyuntura hay desencanto por la política y por los políticos, por la jerarquía y por las instituciones. Desencanto producido –en gran medida– por la incapacidad de los partidos y de los líderes políticos de generar justicia, equidad, prosperidad y paz para todos. Desencanto, porque los partidos, los políticos y sus acciones han dado la espalda a la búsqueda del bien común, del mejor interés de las mayorías en aras de intereses individuales, privados, personales, egoístas.
Sospechar, porque la comunicación que hoy nos llega, a través de tantos medios, quizá no sea tan “social” y colectiva. Porque hoy, los medios de comunicación “social” responden, arrodillados, a los intereses de los grupos económicos propietarios de dichos medios, a grandes multinacionales o a los intereses de los partidos políticos a los que pertenecen los propietarios de dichos medios de comunicación.
Sospechar, porque hoy, en el mundo, escasean los hombres y mujeres líderes con autoridad, capaces de verdad, de coherencia de vida, de correspondencia entre los hechos y las palabras. Vivimos en medio de autoritarismos sin autoridad. De hombres y de mujeres que gritan y vociferan de todo y contra todo, pero que –hipócritamente– “no hacen lo que dicen”.
Sospechar, porque los líderes políticos de turno parecen ignorar la relación directa y estrecha que existe entre la comunicación y la violencia. Encargados de buscar la paz y la concordia “social”, con sus discursos y argumentos se convierten –muchas veces– en pirómanos que no miden el daño que causan a la vida en sociedad. Porque parecen seguir –cínicamente y al pie de la letra– la máxima de J. Goebbels, colaborador cercano a A. Hitler: “Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”.
Frente a todo lo anterior, es desolador el panorama político que tenemos al frente. Es triste y pobre la campaña electoral que vivimos. Son precarias las propuestas e incierto el futuro próximo de la nación. Porque es tan inmoral, nefasto y peligroso el candidato que incansablemente despotrica, maltrata y maldice a los inmigrantes, a todos los inmigrantes, con toda clase de falacias, en una nación hecha a pulso y sudor por inmigrantes, como inmoral y funesta la candidata que irrespeta el derecho que todos tenemos al don y valor de la vida, empezando por el derecho a la vida de los no-nacidos.
Y, sin embargo, frente a este triste panorama político y electoral, nos corresponde a todos, reflexionar, aclarar y afinar nuestra conciencia humana y religiosa para ser ciudadanos responsables y comprometidos con el presente y futuro de esta gran nación.
Es deber de los candidatos vivir en la verdad, presentarla y propender por programas políticos que a todos nos beneficien, salvaguardando los valores humanos fundamentales de todo ser humano en sociedad: como el derecho a la vida y a la dignidad, la solidaridad con el más necesitado, el derecho a un trabajo digno y a las oportunidades sociales, velar por el bien de la familia y de la naturaleza, siempre en la búsqueda de la equidad, de la justicia social, de la libertad y de la paz.
Nos corresponde entender que la política es una acción permanente que se construye entre todos los ciudadanos, cuando todos –con todas nuestras diarias acciones– vamos construyendo el bien común y el progreso de nuestra nación.
Así que, en medio tantas mentiras, de la falta de autoridad, de intereses económicos insospechados, etc., nos corresponde votar y elegir, como en días pasados, con preocupación y con un dejo de decepción, nos lo recomendó el papa Francisco. cuando se le preguntó por esta campaña electoral estadounidense: “voten por el mal menor”.
Por desgracia, estamos eligiendo y votando entre dos opciones y candidatos, que –por lo que ellos mismos predican– parecen dos males. Esta vez, no estamos eligiendo entre el bien y el mal, entonces, como coloquialmente se dice en nuestros pueblos de América Latina, escojamos “al menos peor”.