La homilía del cardenal Gregory durante su instalación como nuestro arzobispo hace seis años ha permanecido en mi memoria. En aquella misa, el Evangelio narraba cómo Jesús calmaba la tormenta, y el mensaje del cardenal Gregory fue claro:
"Jesús está en la barca con nosotros".
Al reflexionar sobre el periodo en el que fue nuestro maravilloso pastor, veo con claridad que el cardenal Gregory también ha estado con nosotros a lo largo de esta travesía de seis años. Su liderazgo y dedicación pastoral han sido una verdadera bendición, y personalmente, he disfrutado enormemente trabajando a su lado.
A muchos de nosotros nos sorprendió que el papa Francisco hubiese aceptado la renuncia que el cardenal le presentó -como lo exige la norma- cuando cumplió 75 años. Nunca se sabe con certeza cuándo va a ser aprobada la renuncia de un obispo, y el pasado 6 de enero recibimos la noticia de que el Papa la había aceptado, nombrando como su sucesor al cardenal Robert McElroy de San Diego.
El cardenal Gregory y yo tenemos la misma edad. Ambos fuimos ordenados en 1973, con apenas un mes de diferencia. Desde que supe de él, en sus primeros años de sacerdocio, siempre lo he admirado. Con un doctorado en Liturgia, fue reconocido como un referente en orientación litúrgica, celebración de la Eucaristía y administración de los sacramentos de la manera más efectiva y llena de oración.
A lo largo de los años, he seguido de cerca su ministerio, en especial su impacto en Dallas, cuando lideró la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, en el momento más crítico de la crisis de abuso sexual. Bajo su liderazgo, se estableció la Carta para la Protección de los Niños y Jóvenes, también conocida como la Carta de Dallas, un documento innovador con políticas y procedimientos esenciales, que sigue vigente hoy en día.
Siempre he respetado al cardenal Gregory. Me alegró su llegada a nuestra arquidiócesis y he sido bendecido al conocerlo y apreciarlo. Me encanta su serenidad, su entrega pastoral y su liderazgo que combina paciencia con fortaleza. Sé que es profundamente valorado tanto por los sacerdotes de nuestra arquidiócesis como por todos aquellos que han sido testigos de su amor pastoral por Jesús, reflejado en su ministerio.
En lo personal, he aprendido mucho de sus sabios consejos. Durante la mayor parte de su tiempo aquí, fui presidente y director ejecutivo de Caridades Católicas, y él siempre me apoyó y orientó, y también supervisó nuestras decisiones. Además, admiré la firmeza con la que abordó los temas de justicia social.
Su compromiso pastoral y preocupación por los más necesitados fueron evidentes en su participación en numerosos eventos. Se reunía con beneficiarios y los alentaba, y celebraba con nosotros la gran labor de Caridades Católicas, un trabajo que sigue floreciendo gracias al excelente equipo de colaboradores y voluntarios, y al liderazgo de Jim Malloy.
También valoro la política de puertas abiertas que estableció con los sacerdotes. Desde su llegada, reservó tiempo semanalmente para reunirse con aquellos que buscaban su ayuda o simplemente querían hablar. Bastaba con llamarlo para agendar una cita, y con gusto nos recibía en persona o por zoom para brindarnos su guía y apoyo.
Algo que aprecio especialmente de él es su risa. Su buen humor es contagioso y surge de manera natural. Él mismo admite que disfruta reír, aceptando que, aunque todos cometemos errores, debemos siempre ver la bondad y la alegría de la vida.
Además, me honra poder llamarlo amigo, no en el sentido de que compartimos tiempo constantemente, sino porque sé que le importo y que él me importa a mí. Contar con un arzobispo que es a la vez pastor, guía y amigo ha sido un regalo invaluable para muchos de nosotros.
Voy a extrañar al cardenal Gregory, su liderazgo y la manera en que ha acompañado a nuestra diócesis con amor. Ha sido un mentor, un amigo y un guía espiritual, y esas bendiciones son difíciles de reemplazar.
Al mismo tiempo, me reconforta saber que planea quedarse en nuestra comunidad. Recientemente le escuché decir que el área de Washington es ahora su hogar. Me pregunté si consideraría regresar a Chicago, Belleville (Illinois) o Atlanta, pero nos alegra saber que seguirá siendo parte de nuestro presbiterio y arquidiócesis. Incluso mencionó que continuará ayudando a sacerdotes de distintas parroquias cuando lo necesiten, lo cual no sorprende a quienes lo conocemos.
Gracias, cardenal Gregory, por ser el hombre, el sacerdote y el obispo que usted es. Hemos sido bendecidos con su ejemplo y dedicación al servicio del pueblo y de los sacerdotes de nuestra arquidiócesis. Que Dios lo colme de bendiciones en su retiro, así como nos ha bendecido a todos aquellos que hemos sido guiados por su liderazgo y amor.
Nos reconforta saber que usted y Jesús están en la barca con nosotros.