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Queriendo controlar el futuro

El hombre busca conquistar y dominar el futuro. Foto/ Ricardo Segura/ EFE

El prodigio del ser humano sigue siendo la obra máxima del Dios creador. “A imagen suya los creo…” (Gen 1:27). Con inteligencia y libre albedrío, este ser, ha conquistado las profundidades de los océanos, se ha paseado por el espacio del universo y sus ansias de seguir dominando la creación parecen ser incansables. El problema se desarrolla desde esa misma gracia concedida. Su ambición lo ciega, se llena de arrogancia y se cree autosuficiente e independiente. Se acostumbra a la cercanía de la divinidad y ya no hay ni asombro ni reverencia. La persuasión a la mayor búsqueda de intimidad se pierde.

El vivir como soberano, dueño y capaz de todo, lo enajena de la fuente de su propia grandeza. Dios ya no es necesario. La experiencia religiosa se vive desde la perspectiva de utilidad y conveniencia. En ciertos círculos, el ser creyente le da realce a la persona. Pero actitudes y comportamientos como esos no tienen que ocurrir. Se superan cuando se cae en cuenta que no, que la realidad de la vida sigue siendo frágil y pasajera. En el proyecto de una vida espiritual, prioridad siempre será mantener conciencia de esa verdad.

Una vida a la luz de la miseria humana es guiada con cuidado y continuo empeño de superación. No hay engaños que impidan esos esfuerzos. Prevalece, sin embargo, el continuo peligro de la distracción y enajenación. Ahora descubre la ‘inteligencia artificial’ y el ser humano se deleita en delegar su responsabilidad de pensar y decidir a una máquina. Lo que no puede delegar es la habilidad de distinguir entre el bien y el mal, lo aceptable o no. Ante Dios, solo la conciencia humana es la que puede hacer eso. Se confunde la razón, se opaca o bloquea su sentido común y queda desprovisto de su racionalidad. Ya no es un ser humano el que está a cargo.

El mañana siempre será incontrolable, obligando al ser humano a someterse a las leyes naturales y añadir el ya conocido, “si Dios quiere”. ¡En noche de Reyes, por ejemplo, el niño a modo inocente se acuesta más temprano, anhelando un amanecer más rápido! La naturaleza, sin embargo, sigue su curso y la prisa del ser humano no puede ni acelerar ni retrasar el proceso natural. Desespero es el fruto de un carácter indisciplinado que se rebela contra la condición humana. Es de esa condición el saberse capaz de todo…excepto controlar el vaivén del ritmo normal de la vida.

Sépase que la dimensión espiritual ayuda en la aceptación de lo indescifrable e incontrolable del curso de la vida. Sin embargo, eso que se sabe a nivel intelectual, no necesariamente influye a nivel práctico. Hay que continuamente tomar conciencia de lo que es aceptable o no. La distracción, la ignorancia prevalece en la mayoría de las situaciones y se cae entonces en la imprudencia o en lo que no es aceptable. Incautos e ignorantes son los que ante la ansiedad de lo que el futuro tiene reservado, buscan soluciones en el espiritismo u ocultismo. De ahí el negocio lucrativo de la ‘consulta a un espiritista’ o a uno que alega poder predecir el futuro. Blasfemia y pecado serio es acudir a tal práctica. Atribuirle poderes divinos a un ser humano, siempre será una ofensa grave ante Dios. Es interesante señalar que la práctica de esta dimensión del espiritismo sigue siendo muy común y popular entre nuestro pueblo. Miedo a lo desconocido se presta para este tipo de manipulación ingenua.

Superación a los temores y amenazas que el pueblo vive, es tarea desafiante. Milagritos ocurren cuando en lo difícil de la vida, se sigue confiando en la Divina Providencia. Las expectativas con que uno comienza cada día son siempre bendición de Dios. Luego acontece lo inesperado, lo inimaginable y nuestra confianza en Dios se afloja, como es normal. Vivir aferrados a la ‘mano de Dios’ es lo que facilita el atrevimiento a seguir viviendo con confianza. Lo normal no es el vivir con miedo y amenaza, aunque para algunos así sea. La frase del Evangelio, ‘yo creo, Señor aumenta mi fe’ (Mc 9:24), es la plegaria recomendable en situaciones de angustia y desespero. O la que todos los fieles rezan en el momento de la comunión, ‘Sr. Yo no soy digno…, pero una palabra tuya bastará para sanarme’ (Mt 8:8). ‘Una palabra tuya’ es confesión de fe, es expresión de abandono en las manos de la Providencia.

Y así se desarrolla toda una vida de fe, aceptando la grandeza del amor de Dios y al mismo tiempo reconociendo que el destino no es un fatalismo inevitable de sufrimiento y dolor. ¡Nadie puede controlar el futuro, aunque se ambicione! Abandono en las manos de la Providencia resulta ser la única alternativa. ‘Los pobres de espíritu’ (Mt 5:3) son aquellos que, en su humildad, se atreven a confiar que Dios no juega con la vida. Todo es fruto de la voluntad del Padre. En su amor infinito, el ayer, el hoy y el mañana siempre van guiados por los planes de la Divina Providencia. Bien lo manifestó el Padre cuando dijo, “Porque Yo sé los planes que tengo para ustedes”, declara el Señor planes de bienestar y no de calamidad, para darles un futuro y una esperanza” (Jeremías 29:11). ¡Así lo prometió, así se sigue cumpliendo!



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