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Papa Francisco: La Custodia de Tierra Santa, una misión de paz y diálogo entre los conflictos

El padre franciscano Francesco Patton, custodio de Tierra Santa, camina hacia la Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén. Foto/CNS/Ammar Awad, Reuters/archivo

Custodiar es la primera tarea que el Señor confía al hombre recién creado. Y en Tierra Santa, la tierra de Jesús, existe desde hace siglos la Custodia de Tierra Santa, a cuyo responsable, a su vez, se le han encomendado tareas no precisamente sencillas: gestionar numerosos santuarios que recorren la vida de Jesús y que cada año acoge a más de medio millón de peregrinos. Coordinar el trabajo de numerosos frailes ubicados en ocho países diferentes (Israel, Palestina, Jordania, Siria, Líbano, Egipto, Chipre y Rodas), frailes que, procedentes de diferentes naciones, garantizan la principal característica de la Custodia: su internacionalidad. Un bien precioso, microcosmos representativo de la catolicidad de la Iglesia, pero que exige un esfuerzo continuo para armonizar las diferentes culturas y tradiciones.

Una internacionalidad que puede constituir un laboratorio de lo que serán las Iglesias occidentales en el futuro, como consecuencia de los grandes movimientos migratorios. Y luego, no sólo una intensa práctica devocional en los santuarios, sino también una animada actividad pastoral: consideremos, por ejemplo, que las cuatro parroquias más importantes del Patriarcado de Jerusalén – Nazaret, Belén, Jaffa y Jerusalén – están dirigidas por los frailes de la Custodia. Y luego nuevamente las 16 escuelas que son tan importantes para la formación de una cultura de paz y de encuentro entre diferentes etnias y religiones. El diálogo ecuménico e interreligioso, que en Tierra Santa va más allá de las controversias teológicas y entra más bien en la vida cotidiana de muchos, y requiere extraordinaria apertura, hospitalidad y delicadeza. La complicada gestión de ese reloj suizo que es el Status Quo, imprescindible para la presencia ordenada de las distintas confesiones. Pero más que nada pone de relieve el trágico conflicto que aflige a Tierra Santa desde hace 76 años.

En definitiva, sobre los hombros de los frailes franciscanos y de su custodio pesa un gran trabajo y una gran responsabilidad. Una responsabilidad que, como se cuenta al principio de este libro, el padre Francesco Patton vio caer sobre su cabeza de forma repentina e inesperada, pero que supo llevar a cabo con eficacia. Y esto sólo podemos estar agradecidos, porque, como dicen, Jerusalén no es de nadie, sino que es de todos.

El padre Francesco llevó a cabo estas difíciles tareas con un estilo propio, que el lector atento podrá captar en este libro. Con paciencia, modestia y capacidad de escucha, pero también con decisión y firmeza, cuando los dramáticos acontecimientos de aquella tierra así lo exigieron. El mandato del padre Patton estuvo marcado por acontecimientos extraordinarios y terribles, que serán recordados con el tiempo. Los duros años de la pandemia y luego, a partir del 7 de octubre, esa terrible guerra que el Patriarca de Jerusalén, el cardenal Pierbattista Pizzaballa, definió acertadamente como "la más larga y más grave" de las muchas, demasiadas, que han afligido a Tierra Santa y a Oriente Medio. En estas dramáticas circunstancias, el padre Francesco supo mantener recto el timón del barco que se le había confiado y, en cambio, multiplicar sus esfuerzos para estar cerca de las personas afectadas por estas tragedias. Tengo ante mis ojos la iniciativa más hermosa que, junto con su vicario, el padre Ibrahim Faltas, se llevó a cabo en estos meses de guerra atroz en Gaza: el traslado a Italia de 150 niños heridos y enfermos.

Este libro, que – me alegra subrayarlo – nació de la colaboración de dos estructuras eclesiales que expresan eficazmente, a través de la internacionalidad, la catolicidad de la Iglesia: la Custodia y L'Osservatore Romano, nos ayudará a conocer mejor al padre Patton. Recuerdo su estilo desde nuestro primer encuentro, cuando le dije riendo: "Por tu apellido pensé que eras un fraile yanqui y... ¡en cambio eres del Triveneto!". Mi deseo a este padre yanqui de Trentino, como es costumbre entre los franciscanos, es "Que el Señor dé la paz", a él y sobre todo a Tierra Santa y a todos los que la cuidan.



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