En la vida de un sacerdote hay innumerables conversaciones con feligreses, amigos, vecinos y todos los que acuden a él en busca de sacramentos o de asistencia. A mí, que soy extrovertido y que vengo de una familia numerosa, me encanta hablar con la gente.
Esas conversaciones suelen versar sobre lo que ocurre en la vida concreta de cada uno, pero no es raro charlar sobre cosas entretenidas y más triviales, como los deportes o el tiempo, y sobre temas más serios, como la política o la Iglesia. Me he dado cuenta de que cada vez es más difícil hablar de los temas más trascendentes sin provocar respuestas apasionadas e incluso combativas.
Por ejemplo, si mencionas al presidente Trump o al presidente Biden no es raro encontrarse con una conversación prolongada que a veces deriva en discusiones que nos separan más de lo que nos unen.
Nuestra nación también está involucrada en conflictos bélicos que evocan opiniones opuestas entre la gente. La guerra en Ucrania sigue preocupándonos a todos. El presidente de Rusia, Vladimir Putin, pensaba que la guerra, que ahora lleva ya un año y medio, terminaría en pocas semanas, y el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, preveía que este año habría una gran ofensiva. En cambio, esa guerra ha pasado a ser una prolongada y trágica conflagración que se ha convertido en un verdadero atolladero en todas partes.
A principios del mes pasado, trágicamente volvió a estallar la violencia en Medio Oriente. Aunque estos enfrentamientos bélicos se remontan a miles de años y hay todo tipo de perspectivas y opiniones al respecto, a todos nos disgusta lo que ocurrió cuando Hamás lanzó cohetes contra Israel y disparó contra civiles en el terreno matando a más de 1.400 personas y tomando a unas 240 personas como rehenes.
La respuesta militar de Israel — que según el Ministerio de Sanidad de Gaza ha causado, hasta el 6 de noviembre, más de 10.000 muertes— también suscitó desacuerdos, pues algunos la consideran apropiada, otros no. Sea cual sea el “bando” con el que uno simpatice, sabemos que en Gaza ha habido más víctimas fatales y más de un millón de personas han sufrido por la falta de recursos básicos, como alimentos, agua y electricidad.
En medio de estos conflictos, el Gobierno de nuestro propio país pareció ser incapaz de funcionar durante un tiempo. La Cámara de Representantes no logró elegir a un nuevo presidente durante tres semanas, lo que paralizó la actividad gubernamental que debía conducir a la adopción de un nuevo presupuesto nacional y abordar importantes asuntos financieros, como la asistencia humanitaria al Medio Oriente y la ayuda militar propuesta para Israel y Ucrania.
Siendo sacerdote, yo también escucho opiniones muy apasionadas y de preocupación por los temas que inciden en la Iglesia. El reciente Sínodo ha terminado y, aunque el debate y la apertura fueron excelentes, no se tomaron medidas sobre ningún asunto fundamental. Antes de la reunión, había gran preocupación y desacuerdo en cuanto a los temas que se discutirían, lo que podría cambiar y cómo afectaría eso a la misión de la Iglesia de difundir el Evangelio de Jesús.
Estos son temas muy complicados sobre los que muchos comentan todos los días, especialmente con la proliferación de las redes sociales y la aparente libertad de decir lo que uno quiera. Por desgracia, no hay respuestas fáciles para muchos de ellos.
A algunos les parece que el mundo se hunde cada vez más en el pecado, el caos y la oscuridad y eso puede causarles pesar o desazón. Otros pueden conservar un sentido de esperanza pensando que, de algún modo, se podrá encontrar un camino para salir de estos problemas porque Dios nos creó a su imagen y semejanza y que la verdad, la justicia y el amor prevalecerán. Todos somos pecadores y sabemos que a los buenos también les pasan cosas malas, pero seguimos confiados en que la voluntad de Dios se cumplirá incluso en medio de la oscuridad y que nuestra bondad podrá, en última instancia, resolver estos problemas.
Permítanme ofrecerles un pensamiento que espero nos sea de ayuda. En nuestras conversaciones, hagamos lo posible por centrarnos en los valores supremos que apreciamos nosotros, los cristianos y estadounidenses. Como dicen que Albert Einstein dijo: “Lo más importante es que lo más importante siga siendo lo más importante.”
Por ejemplo, el papa Francisco dijo recientemente sobre la situación en Medio Oriente: “Todos anhelamos la paz.” No habló en favor de una parte o de la otra, sino puso de relieve que la paz es el objetivo supremo: la paz en el mundo y la paz en nosotros mismos.
Aquí en nuestro país, pensamos que, si bien nuestra democracia nunca es perfecta, sigue siendo la mejor manera de gobernar y de garantizar al mismo tiempo las libertades de expresión, religión, reunión, prensa y otras. Esperemos que todos estemos de acuerdo en estos principios y que hagamos todo lo posible por apoyarlos, propugnarlos y conseguirlos. Los problemas son reales y complicados, pero si estamos de acuerdo en que la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad son los principios básicos, podremos superar juntos las dificultades. No siempre estaremos de acuerdo en todo ni conseguiremos todo lo que queramos, pero si dejamos de estar de acuerdo en los valores básicos de la democracia, todo lo demás se desmorona.
Lo más importante de todos los valores y objetivos es vivir la llamada— en realidad, el mandato— que Jesús nos dejó de amar a Dios y al prójimo. Tal vez no estamos de acuerdo en muchos de los temas de la Iglesia, pero todo eso es secundario frente al primero y segundo mandamientos, que nuestro Señor dijo que eran los más importantes. Lo que hay que hacer es compartir con los demás el mismo amor que Dios y Jesús han compartido con nosotros, y eso nos conducirá en última instancia a la paz y la justicia.
Mucho me gustaría tener respuestas puntuales para los grandes problemas que hay en el mundo, pero no las tengo. Mi deber como hijo de Dios es rezar por ellos y mantenerme centrado en los valores más importantes: la democracia, la paz y, en última instancia, Jesús mismo. Podemos discutir, debatir y discrepar sobre otras cosas, pero si tenemos siempre presentes estos valores supremos, nuestras conversaciones pueden ser respetuosas, bondadosas y más productivas.
Mirando en retrospectiva a mis 50 años de sacerdocio, me doy cuenta cada vez más de que Dios es el que dirige el acontecer. Al final, no se trata de lo que yo quiera, sino de lo que Dios quiere, y esto nos lleva a recordar lo que Jesús nos preguntó a todos hace 2.000 años: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?” (Marcos 8, 36).
Que el Dios del amor misericordioso nos ayude a tratarnos siempre con respeto y bondad los unos a los otros, y que el Príncipe de la Paz brinde esa paz a nuestro mundo, a nuestra nación y al corazón de todos.