El Día de Acción de Gracias siempre ha sido especial para mí. Es un gran día para la familia. Puede que sea mi liturgia favorita del año, ya que mucha gente viene a la iglesia porque quiere. Y mi primer recuerdo de hablar con Dios desde el corazón tuvo lugar en una Misa de Acción de Gracias.
Era un jovencito que estaba en la parroquia de Nuestra Señora de Lourdes con mi familia una mañana de Acción de Gracias. Regresé a mi asiento después de comulgar, me arrodillé para rezar y empecé a dar gracias a Dios por todo lo que se me ocurría. Siguió una letanía de agradecimiento.
El recuerdo sigue vivo, y aquel momento amplió mi experiencia de la oración. Entonces, comencé a hablar con Dios como lo haría con un amigo, además de rezar las oraciones memorizadas que tan bien conocía.
Todos los años por estas fechas recuerdo que mi primera conversación “de corazón a corazón” con Dios (que yo recuerde) fue una oración de agradecimiento. He tratado de seguir haciéndolo en las décadas que han pasado desde entonces. Hace varios años, incluso cambié mis tarjetas navideñas por tarjetas de Acción de Gracias para recordarme lo bendecido que soy como sacerdote trabajando en varios ministerios y conociendo a tanta gente maravillosa.
Ahora que nos preparamos para celebrar el Día de Acción de Gracias, es una buena oportunidad para que todos pensemos en qué medida solemos agradecerle a Dios. San Pablo nos dice que Dios quiere que lo hagamos: “Alégrense siempre. Oren sin cesar. Den gracias en toda circunstancia, porque esta es la voluntad de Dios para con ustedes en Cristo Jesús”. (1 Tesalonicenses 5:16-18)
Te animo a que te tomes un tiempo para reflexionar sobre aquello por lo que estás agradecido. Tal vez incluso escribirlo y compartirlo con tus seres queridos para que puedan ver lo agradecido que estás por las formas en que Dios te ha bendecido y ha velado por ti.
Hago esto todos los años para mi tarjeta de Acción de Gracias, y pensé que sería apropiado compartir algo de lo que hay en mi lista. Estoy agradecido por...
La familia. Nací en una familia increíble por la gracia de Dios. Espero que no suene presuntuoso, pero realmente creo que nuestra familia -con 13 hijos y una madre y padre maravillosos- era el epítome de la vida en los años cincuenta, sesenta y principios de los setenta.
Éramos una familia católica amorosa que vivíamos nuestra fe cada día y cada domingo en misa. Todos nos caíamos muy bien y nos divertíamos mucho juntos. Los hermanos todavía nos reunimos cada Acción de Gracias para celebrar nuestro feriado nacional y dar gracias a Dios.
Vocación. Para ser sincero, no tenía ni idea de lo satisfactoria que sería mi vida como sacerdote. Quería ser sacerdote, pero no me daba cuenta de lo bendecido que me sentiría por intentar hacer la obra del Señor.
Me siento más realizado cuando doy, y ser sacerdote significa que mi vida consiste en dar. Dar la absolución en el Sacramento de la Penitencia. Dar la Eucaristía, el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Resucitado. Dar mi presencia para ungir a los enfermos, ser testigo del don del matrimonio o encomendar a un ser querido a Dios en el cielo. O simplemente ayudar a quien lo necesita.
Estoy igualmente agradecido a quienes me piden que les dé los sacramentos y que recorra el camino con ellos. Siempre he intentado decir que sí las veces que he podido, y mi vocación sacerdotal me ofrece oportunidades ilimitadas para dar. Al dar, recibo aún más.
Salud. Tengo la suerte de gozar de buena salud. Algunos problemas me dificultan la respiración cuando juego al tenis, así que ya no lo hago mucho. Me han operado dos veces a corazón abierto. Pero, en general, me siento muy bien.
Sé que no todo el mundo goza de buena salud. Pienso en dos compañeros de la escuela St. John que tienen problemas físicos en este momento. También pienso en el número de funerales que me piden que haga, que aumenta a medida que envejezco. Mientras Dios me conceda una salud relativamente buena, le estaré agradecido y me gustaría seguir trabajando, ejerciendo mi ministerio y ayudando a los demás.
Amigos, feligreses y compañeros de trabajo. Cuando un sacerdote es asignado a una parroquia, se convierte inmediatamente en parte de la familia y del tejido de esa comunidad. He estado en parroquias maravillosas, y estoy agradecido por cada una de ellas.
Estoy agradecido por las personas que me inspiran por la forma en que viven la fe. Estoy agradecido por todos los que me apoyan y me desafían a ser mejor como sacerdote. Las personas con las que he trabajado, a las que he conocido en las parroquias y a las que he servido han mejorado mi vida y me han ayudado a darme cuenta de lo bendecido que soy por ser un sacerdote llamado a servir cada día.
La fe. No doy por sentada mi fe. Me la dio Dios y mi familia, religiosas, sacerdotes, maestros y todos los que han influido en mí a lo largo del camino.
Cuando era un jovencito, una de las hermanas que enseñaban en el colegio Nuestra Señora de Lourdes me dijo: “Dios es como tu padre, pero mil veces mejor”. Esa sencilla descripción me ayudó a empezar a darme cuenta de que Dios es alguien a quien quería venerar, alabar y adorar -no sólo con palabras sino con hechos.
Tengo fe en Dios, que me creó, que quiere que dé lo mejor de mí cada día y que, eventualmente, me llevará ante él por toda la eternidad. Esta ha sido la base de mi viaje. ¿Cómo mi corazón no va a estar lleno de gratitud?
En resumen, de todo esto, soy cada vez más consciente de cómo Dios está y ha estado al mando. Hay demasiados ejemplos para compartir de cosas que han ocurrido y sólo al mirar atrás vi claramente la mano de Dios actuando.
Meister Eckhart, el sacerdote alemán de los años 1200, dijo: "Si la única oración que dijeras en la vida fuera gracias, eso sería suficiente". Aprovechemos esta celebración de Acción de Gracias para bajar el ritmo, pensar en las bendiciones especiales de Dios en nuestras vidas y dar las gracias por todos los dones que nos ha concedido.
Dios: ¡Gracias por todo lo que haces por nosotros cada día!