Dolor. Amor. Abrazo. Compasión. Defensa. Todo hecho en el nombre de Dios. Es el mensaje que el nuevo arzobispo de Washington, Robert McElroy, dirigió a la comunidad inmigrante, en este momento crítico, durante un diálogo con los editores de los periódicos diocesanos Catholic Standard y El Pregonero, Mark Zimmerman y Rafael Roncal, respectivamente, el 6 de marzo de 2025.
El amor por los migrantes es un tema recurrente en el libro autobiográfico del papa Francisco, “Hope”, donde afirma que “los católicos deberían distinguirse menos por su piedad y más por su ejemplo: es decir, menos por si son creyentes y más por si son creíbles”.
Sobre el particular, el cardenal McElroy dice que como creyentes en Jesucristo estamos llamados a creer no solo como una fe personal, sino más bien una que nos llama a proclamar esa fe en todas las esferas de nuestras vidas.
Estamos llamados a ser testigos o discípulos activos de Cristo -agregó-. El papa Francisco usa la palabra discípulos misioneros, una frase muy importante porque dice que no podemos -si vamos a vivir nuestra fe- ser pasivos al respecto. Todos tenemos fortalezas y debilidades al vivir nuestra fe. Mas, todos estamos llamados a usar nuestras fuerzas como formas de proclamar la presencia de Cristo en el mundo.
La sinodalidad es un enfoque muy importante para el papa Francisco -indicó-. En el documento final del sínodo en Roma, el Papa dijo que la sinodalidad es el camino de hombres y mujeres juntos como creyentes, a la luz de Cristo.
Compañeros unos con otros, sosteniéndose unos a otros, compartiendo cada una de las alegrías y dificultades; y juntos irradiando a Cristo al mundo -precisó-. Creo que eso capta lo que es la misión de la Iglesia y dice que todos tienen una responsabilidad en la vida de la Iglesia.
“Anunciar a Cristo, a Cristo crucificado, a Cristo resucitado y a Cristo vivo en la comunidad, en estos tiempos, es un desafío en muchos niveles porque nuestra cultura y nuestra política, que se han corroído en gran medida, se han desmoronado.”
Tenemos esa polarización, en nuestra cultura y en nuestra política -continuó-. Y es más difícil en este contexto vivir la visión cristiana, pero estamos llamados a hacer aún más.
Sin embargo, creo que el desafío pastoral más importante que tiene la Iglesia en este momento son los jóvenes -aseveró-. Hay una avalancha terrible de jóvenes que abandonan la vida de la Iglesia y no se van por enojo o por disgusto, sino por determinadas enseñanzas o por momentos particulares.
Tenemos que encontrar la manera de detener esa tendencia e instituir un entendimiento positivo de la Iglesia, que esté lleno de humildad y alegría, lleno de un sentido sólido de lo que nuestra fe proclama y de lo que podría ofrecer a los jóvenes.
No hemos sido eficaces en hacer eso -reconoció-. Ese es uno de los grandes retos que tenemos y creo que no hay una meta pastoral más apremiante que esa en la Iglesia en Estados Unidos y, francamente, en la mayor parte del mundo.
Un descubrimiento maravilloso
A propósito de sus experiencias como párroco en Santa Cecilia, donde crecieron sus padres, y cómo influyó en su enfoque pastoral como obispo, dijo que desde niño tuvo la intención de ser sacerdote y siempre se centró en el sacerdocio parroquial.
La imagen que tenía del sacerdocio era muy positiva -anotó-. Era correcto en muchos sentidos, pero no capturaba las maravillas que encontré en la vida cuando entré en el ministerio parroquial en Santa Cecilia, en San Pío y San Gregorio.
La forma abrumadora en que las personas te invitaban a sus vidas de fe, a sus vidas familiares, a sus luchas con los problemas que estaban teniendo en la vida fue muy afectiva -agregó-. Fue un descubrimiento maravilloso, no me había dado cuenta hasta qué punto esa invitación a la vida de las personas sería tan robusta y llena de vida.
A veces, la gente me decía, ¿te anima ser sacerdote cuando tienes que escuchar los problemas de los demás? Puede ser abrumador -indicó-. Pero, descubrí que cuando escuchaba a las personas, salía pensando en lo abrumadoramente bien que la gente, en general, lucha con problemas horrendos en sus vidas y, a menudo, con situaciones complejas e insoportables y difíciles de superar.
La gente lucha con eso y trata de abrirse camino hacia adelante -afirmó-. Eso, para mí, fue uno de los mayores regalos: ver la fe viva de las personas, cuando tienen problemas abrumadores, que lo hagan tan bien como lo hacen. Eso es lo que me quedó de mi experiencia con la gente en la vida parroquial.
“Ahora, como obispo, a veces, vives en un mundo de gobierno; pero, ser un párroco, un pastor, me llama constantemente a hacer primaria esa visión de lo que es todo esto, que es para los individuos, las comunidades y las familias que se esfuerzan por estar con Dios y para Dios, y yo viajando con ellos, tratando de ayudarles a esforzarse por hacer eso.”
El ejemplo de sus padres fue crucial en su futura vocación. Ellos fueron a la misma escuela primaria y secundaria católica. Su padre, quien estuvo en la Fuerza Aérea durante la Segunda Guerra Mundial, y su madre, graduada de Berkeley, se enamoraron y se casaron cuando se volvieron a encontrar.
Sus padres eran personas religiosas “muy llenas de fe”. Ambos tenían un gran sentido de la presencia de Dios en sus vidas, un verdadero sentido de alegría y esperanza en su fe.
Sobre la pérdida de fe de la gente, el cardenal McElroy dijo que un reciente estudio de Pew sobre la fe dice que -por primera vez- la disminución del número de cristianos se ha detenido en Estados Unidos, y habrá que ver si esto continuará.
Un estudio de grupo del sociólogo Christian Smith, quien ha seguido entrevistando a las mismas personas por más de 20 años sobre religión y fe, encontró una tremenda apertura a la creencia a pesar de los obstáculos para mantener su fe.
La búsqueda de la trascendencia y la búsqueda de Dios perduran, incluso cuando no existe la afiliación a una Iglesia en particular -precisó-. Tenemos que encontrar una manera de abrazar eso y caminar con las personas y ayudarlas a encontrar en la Iglesia lo que están buscando.
“La gran mayoría de las personas que se están alejando siguen siendo buscadores. Buscan lo trascendente en su vida y tenemos que ayudarles a entender que lo que están buscando es el Dios de Jesucristo. Y, para ello, tenemos que encontrar la manera correcta de hacerlo.”
Anquilosado sistema migratorio
A propósito de los prejuicios que hay en torno de los indocumentados, dijo que ese fue su mundo pastoral de San Diego y es el mundo pastoral que encontrará en Washington.
Es fundamental para la Iglesia que apoyemos a estas comunidades indocumentadas en este momento y no solo con palabras vacías, sino con nuestras acciones, sentenció.
En los últimos 20 años, explicó, el Congreso ha sido incapaz de abordar las disfunciones de nuestras leyes migratorias sobre a quién dejamos entrar y por qué lo dejamos entrar, cómo equilibramos la seguridad de las fronteras, cómo tratamos a las personas que realmente necesitan que se les permita entrar porque su situación es muy difícil y cómo tratamos a las personas a las que nunca se les debería permitir entrar porque tienen antecedentes penales.
La mayoría de la gente no entiende la frontera y piensa en la frontera como una cosa rígida. Viví en la frontera en San Diego, el segundo puerto de entrada más grande del mundo, donde más de 250 mil personas cruzan esa frontera legalmente cada día -señaló-. Teníamos personas en nuestro centro pastoral en San Diego que vivían en Tijuana porque la vivienda era menos costosa; gente de negocios y trabajadores en Tijuana que viven en San Diego porque quieren que sus hijos vayan a escuelas estadounidenses. La realidad es que las fronteras son muy porosas y, también, una realidad comercial muy porosa.
La enseñanza católica dice que una nación tiene el derecho de asegurar sus fronteras. Sin embargo, añadió, se ha permitido que se retrate a la frontera como un caos, como algo inmanejable, porque esas fronteras no han sido aseguradas de manera efectiva.
“Ese mal argumento de que hay un ‘caos’ que está causando crimen y corrupción en nuestro país se ha convertido en un mantra que hace un flaco favor a la verdad de las comunidades indocumentadas entre nosotros.”
Eso es una caricatura reprobable -agregó-. El país tiene derecho legítimo de asegurar sus fronteras, que espero se pueda lograr, así como tiene el derecho de expulsar a los que han cometido delitos graves.
“La inmensa mayoría de los que están entre nosotros -hombres, mujeres, niños y familias- han tenido que huir de terribles situaciones de injusticia o degradación económica o de peligro para su persona. Sería una grave mancha para Estados Unidos que estas personas que viven entre nosotros de una manera tan ejemplar sean perseguidas y se les deporte masiva e indiscriminadamente.”
En cada ola de inmigración ha habido oleadas de caricaturas de los inmigrantes que llegan a nuestro país. Cuando llegaron los irlandeses en las décadas de 1830 y 1840, los italianos y los polacos en la década de 1880, se les pusieron nombres terribles.
El argumento era que eran menos que los europeos del centro del continente, y que no se les debía dejar entrar porque degradarían nuestra existencia -manifestó-. Hoy escuchamos estos mismos argumentos y son tan reprensibles ahora como lo fueron en aquellos días.
¿Al deshumanizar al inmigrante indocumentado se abre la puerta a la división y a la intolerancia? Absolutamente. El papa Francisco al escribir recientemente a la Conferencia Episcopal de EEUU puso el dedo en la llaga al decir que un país tiene derecho a controlar sus fronteras, pero lo que está sucediendo ahora es tan contrario a las creencias cristianas más fundamentales.
“Al etiquetar perpetuamente como criminales a todos esos hombres, mujeres y niños, que vinieron aquí sin documentación huyendo de terribles condiciones, les deshumanizas y dices que el otro no es como nosotros.”
Tratarlos como si fueran menos, como si fueran menos humanos que nosotros, es algo muy peligroso -sentenció-. El Papa tiene toda la razón al señalar que ese era el problema y ese es el peligro que enfrentamos como país ahora. Por lo que nosotros, como cristianos, tenemos que ponernos de pie y decir: estos son nuestros vecinos.
“Son hombres y mujeres que conocemos, que viven una buena vida y no son criminales. Etiquetarlos a todos como criminales es el mismo argumento que se decía de los portugueses, de los italianos y de los polacos de quienes se decía que estaban corroyendo la cultura estadounidense y convirtiéndola en algo inferior. Ese es un desarrollo muy peligroso y ofensivo que debe ser descartado dondequiera que se esté filtrando.”
Despidos de trabajadores federales
En otro aspecto, el despido a gran escala de trabajadores federales será una herida profunda dentro de nuestras parroquias y para los individuos -opinó-. Muchos de los que están siendo despedidos han estado en trabajos donde requieren talentos y habilidades y han tenido un sentido de seguridad en esos empleos.
En la reciente celebración del Miércoles de Ceniza en la catedral de San Mateo, mucha gente me decía que rezara por ellos porque han perdido su trabajo o porque lo van a perder -expresó-. Este problema está muy presente en la conciencia de la gente por el efecto dominó que tendrá en la economía y en la cultura del área metropolitana.
“Mi preocupación es que tiene que haber un conjunto claro de criterios para establecer lo que es y no es necesario dentro del Gobierno federal, y no me parece que estos despidos estén procediendo en un sentido coherente. Eso es lo que lo hace particularmente problemático.”
Toda persona es sagrada y debe ser considerada de esa manera para que, al menos, se haga de una manera pensada y no como un proceso reaccionario -opinó-. Me temo que estamos cayendo en eso y que habrá una disminución de la identidad de la gente y de la cultura en Washington.
Sobre la narrativa correcta para contrarrestar los problemas mencionados, trajo a colación la figura del teólogo estadounidense John Courtney Murray, quien después de la II Guerra Mundial, dijo que si no hay un centro espiritual y moral en una sociedad, la sociedad se desmorona y lo que sigue es una locura, debido a que las personas no pueden hablar entre sí y las fuerzas que las separan son más pronunciadas que las que las unen.
“Creo que estamos al borde del precipicio, porque ahora vivimos en un mundo en el que la gente escucha sus propias fuentes de noticias que refuerzan solo su visión del mundo y no ponen en su visión diaria cosas que son contrarias a lo que piensan y que es muy importante saber.”
Vivimos en nuestros propios grupos donde decimos "todo el mundo que conozco dice esto", porque solo estamos hablando con personas que piensan como nosotros en temas de gran división -explicó-. La Iglesia está enfocada en la forma en que nosotros, en una sociedad, progresamos y nos tratamos unos a otros con dignidad. Esas conversaciones se están rompiendo y ese es el desafío más importante que tenemos en el futuro, porque entonces no podremos construir la comunidad.
“En los primeros días de nuestra república hubo conversaciones muy fuertes sobre el tema, donde la gente se dividió, pero tenían un núcleo común que permitiría construir el país y una sociedad, porque tenían conversaciones en las que podían resolver las cosas y cada uno podía ver el lado del otro. Siento que estamos perdiendo eso y es también una gran pérdida para nosotros como pueblo.”
El cardenal McElroy, quien tiene estudios avanzados de historia y ciencias políticas, dice que la capital de la nación es un lugar fascinante, donde siempre hay un sentido de reverencia por los santuarios de la democracia y los monumentos, sobre todo, el Monumento a Lincoln. “Él fue el presidente más importante que hemos tenido en la historia de nuestro país y el más capaz en términos de tener las habilidades que se necesitaban en el momento de la gran crisis para nuestra nación”.
Sobre el papa Francisco, que en los últimos días nuestros pensamientos y oraciones han estado con él, dijo que es un trabajador muy intenso, tiene una fuerte voluntad, es muy devoto, escucha y tiene un gran sentido del humor. La mayor contribución que ha hecho en la vida de la Iglesia es su comprensión pastoral del papel de la aplicación de la teología y la doctrina en la vida de las personas, destacó.
“Si nos fijamos en lo que dice el papa Francisco, él hace lo que hizo Cristo: Cristo vino a las personas necesitadas que tenían problemas y lo primero que hay que hacer es abrazarlos, hacerles saber que los amas.”
Lo segundo es tratar de sanar el problema, no solo físicamente, sino cualquier problema con el que estuviera luchando la gente -añadió-. En ese orden les dices que cambien su vida. Esa es la opinión del papa Francisco: primero abrazar a las personas en la vida de la Iglesia.
Luego de escuchar su historia y tratar de hacer lo que pudimos para curarlos, en tercer lugar, les hablamos sobre la corrección que se necesita. El orden es muy importante -subrayó-. Ese es el regalo que Francisco trajo a mi propia mente. Ciertamente, cada uno de los papas recientes tenía muchas grandes cualidades y énfasis.
Juan Pablo II fue como un testimonio. Él estaba dando testimonio de la fe en medio de toda la opresión en la que había crecido y de la que luego dio testimonio al mundo. Para Benedicto XVI era la verdad, su atención se centraba en la verdad.
Sobre la accesibilidad del papa Francisco que parece decirnos que Dios puede ser encontrado en el humor, el fútbol o las películas, dijo que somos una Iglesia sacramental, creemos que Dios creó toda la creación, de modo que todas esas formas son parte de nuestras vidas, donde encontramos gozos que son saludables y nos invitan a entender que son parte de la creación que Dios nos ha dado.
En todas esas cosas Dios está presente -afirmó-. Por ejemplo, me encanta ir al cine y uso mucho las películas en las homilías, porque creo que tienen mucha comprensión de la espiritualidad, de la vida moral, de las preguntas de las personas sobre el anhelo, la duda y la fe.
“No me refiero solo a las películas que tratan directamente de cosas espirituales, sino también de las películas en general que hablan de la condición humana de manera conmovedora, brillante o profunda. En todas las cosas en las que la gente encuentra gozo en sus vidas y que son sanas, Dios está presente.”
El humor es un sacramento
No hace mucho el papa Francisco tuvo una reunión con comediantes. El humor es un sacramento del bien cuando nos encontramos con estas maravillas del mundo que Dios ha puesto allí para nosotros todos los días, son un llamado para que nos detengamos y veamos a Dios presente allí y demos gracias a Dios por ellas.
“The Tree of Life” -la película favorita del cardenal McElroy- es un film muy profundo que se trata de un niño que crece en Texas y luego reflexiona sobre su vida, pero realmente se trata de la cuestión de por qué el padre del niño es un hombre muy bueno que lo ama, pero su porte es duro.
La película presenta a la dureza de la vida como el orden de la naturaleza. La madre, un símbolo de amor incondicional, está tratando de encontrar la gracia de Dios en la belleza de la naturaleza y en todo. Ella está criando a tres hijos tratando de enseñarles eso y él está tratando de enseñarles que el mundo es un lugar muy difícil.
En última instancia, el niño elige el camino del padre y se convierte en un gran arquitecto, pero al final no se siente satisfecho con ello y retoma la enseñanza de la madre.
Cuando el cardenal McElroy no está trabajando le gusta viajar, por lo general, quiere ver nuevos lugares, visitar nuevas ciudades porque se ve una cultura y una geografía completamente nueva que se desarrolla a través de la mirada.
Sobre qué hacer para que la cultura del encuentro sea una práctica diaria, para el cardenal McElroy el corazón de la cultura del encuentro es cuando nos encontramos con alguien e interactuamos con él escuchándolo, experimentando su presencia en nuestras vidas. Es lo contrario de lo que es ahora tan dominante en nuestra cultura política.
La clave es que cuando te acercas a la gente tienes la postura de que en este encuentro estás abierto a ser un puente y esperas ser una versión de esta persona. Ese es el meollo de la cuestión. En ese escenario estás obligado a escuchar y una vez que escuchaste a todos, puedes hablar, pero solo sobre lo que alguien más habló, lo que significa que tienes que escuchar, aprender de la gente y hablar de eso y no centrarte en lo que quieres transmitir.
Lo que hará en los próximos seis meses, en la arquidiócesis, será “escuchar y salir” -acotó-. Se reunirá con cada uno de los sacerdotes de la diócesis para conocerlos un poco y, luego, se reunirá con grupos de líderes de cada una de las parroquias para hablar con ellos sobre el estado de la Iglesia, tanto en sus parroquias como en la diócesis en su conjunto.
Escucharemos lo que ellos piensan que debería saber como arzobispo de Washington y que todos tengan la oportunidad de decir algo -señaló-. Todos escucharemos primero y luego reaccionaremos a lo que han dicho los demás, para luego, en oración, tratar de responder las preguntas.