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La celebración del único sacramento que los esposos se regalan mutuamente

Una pareja de novios saliendo de la iglesia después de haber contraído matrimonio. Foto/OSV/Gregory A. Shemitz/archivo

Tras celebrar el inmenso regalo de la Pascua y el amor de Dios revelado en la Resurrección, la Iglesia entra en una etapa no oficial, pero profundamente significativa: la temporada de bodas.

Durante la Cuaresma, las bodas son poco frecuentes. Aunque pueden realizarse, suelen celebrarse de manera más sobria, en consonancia con el espíritu de penitencia propio de este tiempo litúrgico.

Ahora, al celebrar con alegría la nueva vida, las bodas regresan con fuerza y vuelven a llenar nuestras iglesias. En lo personal, suelo celebrar una o dos bodas durante la Cuaresma, pero ya tengo al menos siete programadas para los próximos meses.

Las bodas son una de las experiencias que más disfruto en mi ministerio. Es difícil no dejarse contagiar de la alegría que se vive cuando dos personas profesan su amor y compromiso mutuo ante Dios, su representante y sus seres queridos.

No llevo la cuenta exacta, pero probablemente he oficiado alrededor de 2.000 bodas en mis 52 años de sacerdocio. Ha habido años en los que celebré 50 o más, ¡y en algunas ocasiones incluso llegué a celebrar cuatro en un solo día!

Disfruto mucho no solo de la ceremonia en sí, pero también del proceso de conocer a las parejas y prepararme con ellas. Me encanta compartir su alegría, conocer a sus familias y escuchar las historias únicas de cómo se conocieron. Mi tarea es ayudarlos a descubrir a Dios a través del don de su amor conyugal.

La arquidiócesis cuenta con varios programas de preparación matrimonial de gran calidad (Pre-Cana), y muchas parroquias tienen también sus propios programas.

A veces soy yo mismo quien se encarga del Pre-Cana cuando los horarios hacen difícil optar por otras alternativas. Por lo general, me reúno con la pareja durante cuatro o cinco sesiones, en las que abordamos distintos aspectos del matrimonio:

  1. El potencial que tiene una pareja para construir un matrimonio sólido.
  1. Las herramientas fundamentales del matrimonio, especialmente la comunicación.
  1. La dimensión del pacto en el matrimonio, inspirado en la alianza del Antiguo Testamento en el Monte Sinaí y en la nueva alianza de Jesús en el monte Calvario. La pareja establece un pacto entre sí y con Dios, y Dios con ellos.
  1. En qué consiste realmente el sacramento del matrimonio y cómo, en ese momento sagrado de compromiso, Dios concede gracias especiales que se prolongan en el tiempo y que se manifiestan en diversas circunstancias de la vida.
  2. Vivir una vida moral en el matrimonio: las decisiones éticas, la conciencia, y cómo vivir los valores cristianos como pareja católica.

He comprobado que estas conversaciones tocan el corazón de las parejas que escuchan con atención, reflexionan con sinceridad y se esfuerzan por vivir juntas los valores de la Iglesia.

A menudo, también les pregunto: “¿Quién es el ministro del sacramento?” Luego de un momento de duda, suelen responder: “Bueno… usted”.

“¡No! Son ustedes”, les digo. “Yo soy solo un testigo, como la dama de honor y el padrino. Ustedes se otorgan mutuamente el sacramento, y no solo el día de la ceremonia, sino por el resto de sus vidas”. El matrimonio es único en ese sentido y eso me parece profundamente hermoso.

Existe un dicho que afirma que las parejas van juntas al cielo o al infierno. Eso no es del todo cierto. Todos tenemos libre albedrío y tomamos nuestras propias decisiones. Lo que sí es cierto es que los esposos están llamados a alentarse, apoyarse y fortalecerse mutuamente en la fe: a ayudarse a llegar al cielo.

Esos son los matrimonios que suelen fortalecerse con los años, gracias al apoyo mutuo y a las decisiones centradas en la fe: asistir juntos a misa los domingos, vivir los valores católicos y transmitirlos a sus hijos.

He tenido la gracia de visitar Tierra Santa en varias ocasiones. Siempre que viajo con matrimonios, hacemos una parada en Caná. Es una oportunidad sagrada para que los esposos renueven sus votos matrimoniales en el mismo lugar donde Jesús convirtió el agua en vino durante una boda, su primer milagro. Resulta igualmente conmovedor presenciar a 30 o 40 parejas hacerlo al mismo tiempo y pensar en cómo cada una de ellas vive el milagro del amor conyugal en lo cotidiano.

Después de tantos años y de tantas bodas, me sigo sintiendo bendecido de que el matrimonio forme una parte especial de mi ministerio. Más de medio siglo después de mi ordenación, incluso ahora como sacerdote semi-retirado, sigo sintiéndome profundamente llamado a acompañar a las parejas en este camino.

Celebremos los matrimonios de nuestras parroquias: tanto los que cumplen muchos años de unión como los que apenas comienzan. Que Dios bendiga a cada pareja, el amor que los une y las maneras en que experimentan el amor de Dios sin medida.



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