La bula de convocación del Jubileo Ordinario 2025 divulgada por el papa Francisco, tiene como lema «La esperanza no defrauda». El próximo jubileo, que según una antigua tradición el Papa convoca cada veinticinco años, girará en torno a este valor tan primordial para humanizar la existencia humana. (n.1).
En el año 2000, el papa Juan Pablo II, convocó un gran jubileo con el lema «El verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). En la invitación que hizo puso énfasis en la necesidad de un serio examen de conciencia para interrogarse sobre las responsabilidades que cada uno pueda tener en los males históricos que predominaban en ese tiempo. El numeral 36 de su carta apostólica Tertio Millennio Adveniente fue muy explícito en ese sentido. Veamos algunos aspectos que incluyó ese examen de conciencia. Decía el ahora san Juan Pablo II:
«¿Cómo callar, por ejemplo, ante la indiferencia religiosa que lleva a muchos hombres de hoy a vivir como si Dios no existiera o a conformarse con una religión vaga, incapaz de enfrentarse con el problema de la verdad y con el deber de la coherencia?» (…).
Y sobre el testimonio de la Iglesia… «¿cómo no sentir dolor por la falta de discernimiento, que a veces llega a ser aprobación, de no pocos cristianos frente a la violación de fundamentales derechos humanos por parte de regímenes totalitarios? ¿Y no es acaso de lamentar, entre las sombras del presente, la corresponsabilidad de tantos cristianos en graves formas de injusticia y de marginación social?» (…).
El examen de conciencia incluía también evaluar la recepción del Concilio Vaticano II. Por ejemplo, «¿en qué medida la Palabra de Dios ha llegado a ser plenamente el alma de la teología y la inspiradora de toda la existencia cristiana, como pedía la Dei Verbum?».
El jubileo del año 2000, pues, fue una oportunidad para hacer un alto en el camino y repensar el sentido que se estaba dando a la vida y a la historia. Pensar y evaluar para revertir una realidad injusta y opresora. En su origen, este era el espíritu que orientaba el uso de los jubileos que comenzó en el Antiguo Testamento. Pretendía ser un tiempo fuerte de conversión que subsanara las injusticias y diera comienzo a una nueva era.
En la tradición judía el año jubilar implicaba dejar reposar la tierra y librar a los esclavos (Ex 23, 10-11). Además, preveía la remisión de todas las deudas. Todo esto debía hacerse en honor a Dios. Jesús de Nazaret enmarcó su mensaje y misión en ese espíritu jubilar. Un día llegó a la sinagoga de su ciudad y se levantó para hacer la lectura (cf. Lc 4, 16-30). Le entregaron el volumen del profeta Isaías, donde leyó el siguiente pasaje: «El Espíritu del Señor Yahveh está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahveh. A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad; a pregonar año de gracia de Yahveh» (61, 1-2).
Él proclamaba el nacimiento de un mundo renovado en justicia y fraternidad, según el proyecto de Dios. Sus interlocutores fueron –como suele decir el teólogo Jon Sobrino– “todos aquellos para quienes la vida es su tarea más urgente y la muerte antes de tiempo su destino más probable”.
Ahora bien, el jubileo del próximo año se enlaza con el espíritu de esta tradición y desde las luces y sombras de nuestra realidad, pretende ser para todos, personas y pueblos, una ocasión propicia para reavivar la esperanza. En la bula de convocación el papa Francisco señala que «es necesario poner atención a todo lo bueno que hay en el mundo para no caer en la tentación de considerarnos superados por el mal y la violencia» (n.7). Pero la esperanza de la que nos habla Francisco no es una esperanza barata o ilusa que no toma en cuenta el peso de lo real. No es optimismo ligero que piensa que las realidades de desesperanza eventualmente cambiarán. Al contrario, es esperanza contra toda esperanza, es decir, esperanza a contracorriente. Es esperanza histórica que se traduce en inteligencia crítica y en acción transformadora. Es esperanza que pone signos tangibles para tantos hermanos y hermanas que viven en condiciones de penuria. ¿Cuáles son o deben ser esos signos tangibles propuestos por el Papa? Veamos.
Jubileo y pueblos que sufren la violencia de la guerra. El primer signo de esperanza, según Francisco, debe ser para los pueblos oprimidos por la brutalidad de la guerra. El Papa pregunta a fondo: “¿Qué más les queda a estos pueblos que no hayan sufrido ya? ¿Cómo es posible que su grito desesperado de auxilio no impulse a los responsables de las Naciones a querer poner fin a los numerosos conflictos regionales, conscientes de las consecuencias que puedan derivarse a nivel mundial?” (n.8). Más todavía: pide que no falte el compromiso de la diplomacia por construir con valentía y creatividad espacios de negociación orientados a una paz duradera.
Y cuando el Papa habla de personas que viven en condiciones de escasez o carencia de las cosas esenciales ¿en quiénes está pensado? El listado que da y los criterios de selección son muy concretos: presos, enfermos, jóvenes, migrantes, ancianos y pobres.
Jubileo y presos. Se habla de los privados de libertad que experimentan cada día —además de la dureza de la reclusión— el vacío afectivo, las restricciones impuestas y, en bastantes casos, la falta de respeto. Para ofrecer a los presos un signo concreto de cercanía, Francisco expresa su deseo de abrir una Puerta Santa en una cárcel, a fin de que sea para ellos un símbolo que invita a mirar al futuro con esperanza y con un renovado compromiso de vida. El Papa pide que en cada rincón de la tierra los creyentes, especialmente los pastores, reclamen condiciones dignas para los reclusos, respeto de sus derechos humanos y abolición de la pena de muerte (n.10).
Jubileo y enfermos. Ante ellos, el Papa pide que sus sufrimientos puedan ser aliviados con la cercanía de las personas que los visitan y el afecto que reciben. Exhorta a “que no falte una atención inclusiva hacia cuantos hallándose en condiciones de vida particularmente difíciles experimentan la propia debilidad (…). Cuidar de ellos es un himno a la dignidad humana, un canto de esperanza que requiere acciones concertadas por toda la sociedad” (n.11).
Jubileo y jóvenes. Ellos, afirma Francisco, con frecuencia ven que sus sueños se derrumban: los estudios no ofrecen oportunidades, falta de trabajo o de una ocupación suficientemente estable. El vínculo jubileo-jóvenes pasa por el compromiso de ocuparse “con ardor renovado de los jóvenes, los estudiantes, los novios, las nuevas generaciones. El Papa pide que haya cercanía a los jóvenes, que son la alegría y la esperanza de la Iglesia y del mundo (n.12).
Jubileo y migrantes. No pueden faltar signos de esperanza hacia los migrantes, que abandonan su tierra en busca de una vida mejor para ellos y sus familias. Francisco pide que sus esperanzas no se vean frustradas por prejuicios y cerrazones. Pide que, a los numerosos exiliados, desplazados y refugiados, se les garantice la seguridad, el acceso al trabajo y a la instrucción, instrumentos necesarios para su inserción en el nuevo contexto social (n.13).
Jubileo y ancianos. Signos de esperanza, afirma el Papa, merecen los ancianos, que a menudo experimentan soledad y sentimientos de abandono. Valorar el tesoro que son, sus experiencias de vida, la sabiduría que tienen y el aporte que son capaces de ofrecer, es un compromiso para la comunidad cristiana y para la sociedad civil, llamadas a trabajar juntas por la alianza entre las generaciones (n.14).
Jubileo y pobres. El papa Francisco pone de nuevo en el centro a los pobres. Ya, al final del Jubileo de la misericordia, inauguró la Jornada Mundial de los Pobres acentuando la opción fundamental del cristianismo por los empobrecidos. Imploro, ha dicho, de manera apremiante, esperanza para los millares de pobres que carecen con frecuencia de lo necesario para vivir. Asimismo, lamenta que, frente a la sucesión de oleadas de pobreza siempre nuevas, existe el riesgo de acostumbrarse y resignarse. En este vínculo Jubileo y pobres, el Papa renueva su llamamiento a fin de que con el dinero que se usa en armas y otros gastos militares, se constituya un Fondo mundial, para acabar de una vez con el hambre y para el desarrollo de los países más pobres (nn.15 y 16).
En suma, el Jubileo “de la esperanza no defrauda” puede ayudarnos, según Francisco, “a recuperar la confianza necesaria —tanto en la Iglesia como en la sociedad— en los vínculos interpersonales, en las relaciones internacionales, en la promoción de la dignidad de toda persona y en el respeto de la creación” (n.25).
En pocas palabras, la esperanza no defraudará cuando esté estrechamente vinculada a la justicia, al crecimiento humano, al compromiso en la construcción de nueva humanidad y nuevo mundo. Se reaviva la esperanza cuando hay signos concretos de cambio para los que sobreviven en medio de la crueldad económica, política, social, militar y ecológica.
(*) Licenciado en filosofía y maestro en teología. Exdirector de radio YSUCA. Docente jubilado de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas (UCA). Actualmente, profesor de cristología y eclesiología en California, EEUU. Difusor del legado de san Óscar Romero.