Los jóvenes venezolanos Dominick (18), Iván (20), Elio (22), Andrés (18) y David (18) decidieron, a fines de julio de 2023, abandonar sus hogares en la ciudad de Caracas para buscar un mejor futuro en Estados Unidos. Con escaso equipaje, ilusiones al máximo, muy pocos dólares y la fe en la Virgen María iniciaron una larga caminata que los trajo hasta el barrio de Mount Pleasant donde, hoy, son voluntarios en la parroquia Sagrado Corazón de Washington.
Su periplo, realizado a pie, resultó algo sencillo hasta llegar al departamento del Chocó en territorio colombiano. El primer gran obstáculo lo encontraron al momento de cruzar la selva del Darién, frontera natural entre Colombia y Panamá, debido a que ninguno de los jóvenes estaba preparado para enfrentar las altas temperaturas, animales salvajes, reptiles venenosos e insectos transmisores de enfermedades tropicales.
“Duramos más de una semana atravesando la selva. Los cincos éramos consciente de los peligros, pero en ningún momento nos sentimos solos o abandonados. Había cientos de personas caminando por esa ruta y en las noches siempre nos juntábamos para compartir la poca comida que había, descansar y pedirle la Virgen que nos proteja de cualquier mal”, dijo Dominick.
Al culminar la aventura selvática, los jóvenes tuvieron que ingeniárselas para subir a una lancha y llegar hasta una población llamada Calidonia en Panamá e ingresar luego a Costa Rica. Allí, tuvieron que esperar varios días para recuperar fuerzas, realizar pequeños trabajos que les permita cruzar por Nicaragua, Honduras, Guatemala y México.
Sobre la “Bestia”
“Al llegar a México las cosas se pusieron muy difíciles. En todos lados pedían dinero para dejarnos pasar, advertíamos el peligro de las bandas de delincuentes y muchas personas nos recomendaban que estemos juntos, que nos cuidemos mucho mientras estemos en territorio mexicano. Esa situación nos obligó a subirnos a la “Bestia”, el tren que te acerca a la frontera con Estados Unidos”, manifestó Iván.
En su relato los jóvenes reconocieron la vulnerabilidad a la que se exponen las personas que intentan llegar a Estados Unidos con la esperanza de solicitar asilo. También, admitieron que durante el trayecto siempre se escuchan versiones positivas y negativas que confunden a los miles de inmigrantes que caminan con dirección a la frontera.
“Mientras estábamos en la ‘Bestia’ la gente nos gritaba que la frontera está abierta, que los militares ya no dejaban pasar, que nuevamente estaban otorgando asilo, que se reactivó el Título 42, que las deportaciones son inmediatas, entre tantas cosas. Todo era una confusión, pero nosotros seguíamos unidos y siempre en oración”, recordó Elio.
Por un instante, todos recordaron los momentos difíciles que les tocó vivir en los vagones de la “Bestia”, pues el frío nocturno contrastaba con el excesivo calor diurno, mientras el hambre se convertía en el “verdugo” de todos los pasajeros irregulares del tren. “No se podía bajar del tren y había que esperar la buena voluntad de las personas que lanzaban botellas de agua o bolsas con panes durante el recorrido rumbo a la frontera.
Empezando de nuevo
Después de haber recorrido miles de kilómetros, superado numerosos obstáculos, amén de haberse mantenidos sanos y salvos con el favor de Dios, los jóvenes venezolanos llegaron a la frontera México-EEUU. Ellos habían decidido esperar el mejor momento para pasar de Piedras Negras a Eagle Pass en Texas, para inmediatamente entregarse a las autoridades migratorias y pedir asilo.
Luego de algunos días de espera, Dominick, Elio, Andrés, David e Iván lograron cruzar con éxito y ser derivados a un albergue para inmigrantes indocumentados. Una vez cumplido con los trámites de rigor, se les ofreció la posibilidad poder continuar viaje hasta el área metropolitana de Washington, DC.
“Nosotros estuvimos viviendo varios días en un parque de Alexandria (Virginia) hasta que una persona nos recomendó pedir ayuda en la parroquia Sagrado Corazón de Washington. Preguntando llegamos al barrio de Mount Pleasant y fue el padre Orlando Reyes quien nos abrió las puertas, nos ayudó a recuperarnos y ahora en agradecimiento nos hemos convertido en voluntarios parroquiales”, dijeron los jóvenes.
Hoy los cinco estudian inglés, esperan cumplir con los trámites para continuar con su formación escolar y mientras tanto colaboran en la distribución de alimentos dos veces por semana, participan de las misas y comparte con los jóvenes que regularmente asisten a la parroquia.
Ellos prefirieron evitar dar detalles de sus familias, asegurando que sus progenitores saben que se encuentran bien de salud en Washington, DC, que ahora es su nuevo hogar.