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¡Inmigrante cumple metas! De cajera a empresaria en mercado latino

Veintitrés años atrás, en La Feria Latina, una pequeña y popular tienda de productos latinos en “Chirilagua”, Alexandria (VA), una inmigrante salvadoreña solía atender en la caja registradora a los miles de clientes que a diario pagaban por sus compras. De mirada serena y muy gentil con la clientela, la joven solía decir que algún día tendría su propia distribuidora para servir al mercado hispano, meta que en un corto tiempo comenzó a lograr.

Esa soñadora era Carolina Larreynaga, originaria de San Miguel en el oriente salvadoreño, quien es hoy una próspera empresaria que sirve con su distribuidora al mercado hispano de Washington, DC, Maryland, Virginia y Long Island en Nueva York.

Pero nada ha sido fácil en la vida para Carolina (52), quien, acompañada de su esposo y socio, Salvador Saravia narró a El Pregonero las vicisitudes que ha tenido que enfrentar en la vida para llegar adonde hoy está, comenzando por el dolor de perder a sus padres cuando todavía era una niña.

Carolina nació en 1971, la menor en un hogar de tres hermanos. Su madre murió cuando ella tenía 9 años y su padre falleció cuando ella cumplía los 11 años. Sus padres eran educadores en San Miguel y tenían una arraigada fe católica que inculcaron desde temprana edad a Carolina. Ella estudió la primaria en colegios de monjas, pero, cuando sus padres fallecieron, los hermanos se quedaron sin dinero para pagar las matrículas de esas escuelas privadas.

“La educación que nos brindaron nuestros padres en el hogar y los valores que me inculcaron han regido mi vida como persona y madre, porque con esos mismos principios mi esposo y yo hemos educado a nuestros hijos”, dijo Carolina, durante la entrevista realizada el 20 de diciembre de 2023 en la sede de su empresa Carolina’s Wholesale en Beltsville, MD.

Era el año 1998 y Carolina y Salvador ya habían traído al mundo a sus dos hijos José y Karla, hoy en día de 33 y 32 años, respectivamente. A pesar de que los dos tenían buenos trabajos en una ferretería en San Miguel, el alto costo de la vida, la inseguridad y la incertidumbre por un mejor futuro para sus hijos motivaron a la pareja a emigrar. Hipotecaron una propiedad, le pagaron al “coyote”, tres mil dólares por cada uno, y emprendieron el viaje vía Guatemala y México hasta llegar a la frontera con Estados Unidos.

“Pasamos el Río Grande y mojados llegamos a Brownsville, Texas; logramos evadir a las autoridades migratorias hasta llegar a Houston donde mi hermano nos esperaba para llevarnos a Nueva York”, describió Carolina sobre la ruta que siguieron para llegar a su primer destino.

Los hijos de la pareja se quedaron con su abuela paterna en San Miguel y más tarde lograron sacar sus visas para viajar a EE.UU.

“Yo venía con Dios, con muchas ilusiones, orando y diciéndole a mis difuntos padres que yo corría esos riesgos, los que implica la inmigración ilegal, para poder darles a mis hijos lo mismo que ellos me habían dado a mí”, continuó. “La memoria de mis padres, mis hijos y mi esposo, quien nunca me soltó de la mano, me dieron las fuerzas para completar la travesía”, destacó la empresaria, con su esposo Salvador a su lado.

“Pienso que detrás de un hombre siempre tiene que haber una buena mujer, y mi esposa siempre ha sido el pilar importante que nos ha motivado a todos a cumplir sueños y buscar metas que vayan en bien de la familia”, dijo Salvador.

También natural de San Miguel, el hoy prominente empresario recordó que “venía con temor” por dirigirse a un lugar desconocido, aunque admitió que el hecho de venir viajando con su esposa lo llenó de valor.

Carolina destacó que su hermano, quien vivía en Nueva York, le habló durante más de dos días de carretera entre Houston y Nueva York sobre “todos los pros y contras de este país” algo que ella hoy le agradece. 

“En casa de mi hermano estuvimos poco tiempo y comenzamos a trabajar inmediatamente con identidades falsas, ganábamos 6 dólares por hora y entre mi esposo y yo sumábamos unos 1.000 dólares a la semana, nos gustaba”, añadió Carolina.

En ese primer trabajo, en una embotelladora, ellos tuvieron que acostumbrarse a responder cuando los llamaban por nombres que obviamente no eran los verdaderos de ellos, “pero como éramos buenos trabajadores nos querían y cuando nos dimos cuenta de que en esa empresa sí aceptaban indocumentados, sacamos papeles falsos con nuestros nombres reales”, para así trabajar los cuatro meses en los que estuvieron empleados ahí.

Luego Salvador recibió una oferta para trabajar en una empresa en Virginia, viajó solo a ese estado y Carolina lo siguió a los pocos días. Ese supuesto empleo era un engaño y tuvieron que, nuevamente, comenzar de cero.

Rentaron un cuarto en Herndon, VA, en el cual dormían en el suelo. Fueron a una iglesia y ahí conocieron a una señora que les rentó “un cuarto con cama” en Chirilagua. Se mudaron y pagaban 400 dólares por un cuarto, “solo por el deseo de dormir en una cama”, sonrió Carolina, quien días después y “solo por la gracia de Dios” consiguió trabajo en La Feria Latina y Salvador en el hotel Ritz-Carlton en Tyson Corner, VA.

“Tuve la gran fortuna de conocer y trabajar con la familia Irazabal, uruguayos y dueños de La Feria Latina, quienes me dieron mi residencia de Estados Unidos, el primer paso para después obtener mi ciudadanía”, puntualizó Carolina, quien trabajaba 12 horas diarias en ese lugar. 

Recuerda Carolina que, en el 2000, cuando hubo una ley migratoria Don Julio Irazabal le ofreció legalización bajo las disposiciones migratorias aprobadas en ese entonces por el Gobierno del entonces presidente Bill Clinton.

“Hasta el sol de hoy agradezco a toda la familia Irazabal por toda la ayuda que me brindaron como trabajadora y para legalizarme en este país”, continuó Carolina.

Salvador también se considera afortunado por haber ingresado a trabajar en aquel hotel.

“Tuve la dicha de conocer a un colombiano que reconoció mi trabajo y a las pocas semanas me registró para que estudiara inglés en el hotel y luego me entrenaron en otras posiciones”, expresó Salvador, quien recordó que “los tiempos de Dios son perfectos y que una cosa es lo que uno se propone, pero el Señor es quien dispone”, a propósito de los cambios que ya él y Carolina estaban experimentando como trabajadores.

Admitió que en Estados Unidos “la puerta es amplia pero muy bajita”, en referencia a que muchos migrantes logran llegar, pero para superarse en este país “hay que romper con los viejos paradigmas y no tener estigma”.

“Es una cuestión de actitud, de enfrentar las cosas cómo vengan, de verles el lado positivo”, aseguró Salvador, quien ganó el premio al Trabajador del Año en el hotel, “nada fácil porque éramos más de 5 mil trabajadores”.

En todo este devenir, los empresarios sufrieron en su negocio los estragos de la recesión económica que afectó a EE.UU. entre el 2007 y el 2009 y más recientemente durante la pandemia del Coronavirus.

En la actualidad, esta pareja de emprendedores salvadoreños, acompañados de sus hijos Karla y José, comercializan con miles de productos latinos provenientes de muchos países y prestan servicio a las principales cadenas de supermercados y tiendas latinas con su empresa Carolina’s Wholesale. 

 

 

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