Cuando San José enseñó a Jesús el oficio de la carpintería, con seguridad le dio importancia a las herramientas y a la forma correcta de usarlas. En el siglo I, los carpinteros utilizaban sierras, martillos, cepillos, instrumentos de medición y otros similares para fabricar muebles, arados, yugos y diversos objetos.
Sin embargo, aunque las herramientas eran esenciales, no constituían el fin último. Más bien, eran recursos que les permitían alcanzar un objetivo mayor. Un uso adecuado de estas herramientas era clave para obtener los frutos de su arduo trabajo: mesas, sillas, implementos agrícolas, techos, e incluso estructuras que sostenían edificaciones.
La Iglesia, a través de las Sagradas Escrituras, nos ofrece tres herramientas fundamentales para la Cuaresma: la oración, el ayuno y la limosna. En nuestro camino cuaresmal, cabe preguntarse si a veces ponemos demasiado énfasis en estas herramientas y olvidamos el verdadero fin al que nos deben conducir: una relación más profunda con el Señor Jesús.
La Cuaresma, en esencia, busca que profundicemos nuestra amistad con Jesús y nos asemejemos más a Él. Es una invitación a sentir su presencia en nuestras vidas y a responder a su llamado, siguiendo su ejemplo. Se trata de prepararnos para el gran regalo de la Resurrección, tanto la que celebramos en Pascua como la promesa de vida eterna junto a Él en el cielo.
Las buenas herramientas son verdaderos regalos. Estoy tratando de aprovechar bien las herramientas de la Cuaresma, sin perder de vista el objetivo final de acercarme más a Dios. Tal vez hoy esté golpeando un pedazo de madera con un martillo, pero sigo visualizando la silla que finalmente surgirá y el propósito que cumplirá.
Durante la Cuaresma, buscamos intensificar nuestra vida de oración, lo cual es algo muy positivo. Incluso podemos proponernos metas concretas, como dedicar cierto tiempo diario o semanal al Señor, y eso también es valioso. No importa cuánto tiempo decidamos ofrecerle, ni qué tipo de oraciones o prácticas espirituales elijamos; lo importante es que todo ello sirva como un medio para encontrarnos con Jesús en esos momentos.
También practicamos el ayuno en este tiempo litúrgico, y muchos optamos por renunciar a algo. Tal vez dejamos de consumir algún alimento que disfrutamos mucho, como el chocolate, los postres o los antojos entre comidas. Algunos quizá decidan prescindir de bebidas como los refrescos o el alcohol. Todo eso está muy bien. Sin embargo, más allá de simplemente cumplir con el ayuno, el objetivo es que ese sacrificio diario nos conecte con el sacrificio de Cristo por nosotros. Queremos que ese pequeño malestar o sensación de hambre nos recuerde que nuestra verdadera necesidad es Jesús, y que deseamos acercarnos más a Él durante esta temporada santa.
Durante la Cuaresma practicamos la limosna, lo cual implica realizar obras de caridad y ofrecer ayuda económica a quienes más lo necesitan. Una excelente forma de vivir este compromiso es contribuir a la Campaña Anual de la arquidiócesis, como un gran sacrificio cuaresmal. Jesús nos llama a alimentar al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, entre otras obras de misericordia (Mateo 25).
Además, el Señor nos enseña que, al atender a nuestros hermanos y hermanas más pequeños, en realidad lo estamos atendiendo a Él. En los pobres, encontramos a Jesús, y deseamos que ellos también encuentren a Jesús en nosotros. Es fundamental tener esto presente cada vez que realizamos un acto de caridad o damos una donación. No se trata solo de haber hecho algo bueno, sino de haber tenido un encuentro con Jesús.
Ese es el objetivo de la Cuaresma. Es el objetivo de todo nuestro camino espiritual.
Que pongamos nuestra relación con Jesús como la “fuente y cumbre” de todo lo que hacemos durante las semanas restantes de la Cuaresma. Que utilicemos nuestras herramientas de oración, ayuno y limosna y las usemos bien, con la confianza de que nuestra relación con el Señor Dios crecerá, se fortalecerá y madurará.
Que sepamos emplear nuestras herramientas espirituales de manera provechosa en estas últimas semanas de Cuaresma, con plena confianza en que Jesús las usará para formarnos según el propósito para el cual Dios nos creó. Y que, al llegar la Pascua, estemos más unidos al Señor y podamos disfrutar de su presencia de maneras nuevas y más profundas que nunca antes.