Hasta hace un par de años, Richard Hames no solía firmar nada con su nombre real sino con el de Sam Moore. Lo hacía así por miedo a estar “en la línea de fuego” de National Action y otros grupos fascistas sobre los que habla en sus publicaciones y en podcasts como 12 rules for What, donde analiza a la extrema derecha. Con ese mismo pseudónimo, el autor británico co-escribió, junto a Alex Roberts (quien tampoco usa su verdadero nombre), el libro Baterías, bombas y fronteras (el título original, en inglés, es The rise of ecofascism), que acaba de publicar en español la editorial Levantafuego.
Los autores están satisfechos con el cambio en el título para la edición española, cuenta Hames en una videollamada “El auge del ecofascismo”, dice, apelaba sobre todo a aquellas personas que en ese momento (se publicó en 2022) sentían ansiedad por las ideas que habían motivado atentados como el que se produjo en Christchurch en marzo del 2019.
En esta ciudad neozelandesa, un hombre australiano de 28 años, vinculado a la extrema derecha y autoproclamado “ecofascista”, irrumpió armado en varias mezquitas y asesinó a 51 personas. En 2022, otro tiroteo masivo tuvo lugar en un supermercado de Buffalo (Nueva York) impulsado por razones similares, según reflejó el manifiesto firmado por el atacante: el supuesto impacto de la "sobrepoblación” y la inmigración en la crisis ecológica.
Pero en este punto, dice Hames, esa preocupación prácticamente se ha disipado y “la extrema derecha ha pasado a una nueva fase”. Ahora no cree que la “amenaza principal” sean los tiroteos esporádicos vinculados a estas ideas de la derecha radical preocupada por el estado del planeta —mezclada con teorías de conspiración como la del “gran remplazo”— sino la institucionalización de esa ideología "a un nivel mucho más profundo, en todos los ámbitos de la vida pública, como es el caso de EEUU”.
El "caos" del cambio climático y la extrema derecha
El título en castellano corresponde al subtítulo de la versión original (en inglés, “batteries, bombs and borders”), una triple “b” que encapsula la relación entre la crisis y transición ecológica —el agotamiento por los recursos y la lucha por los que hay disponibles, la fiebre del litio y otros minerales para baterías, etcétera— y las respuestas xenófobas y coloniales de la extrema derecha.
La tesis central del libro es que, a medida que empeora el calentamiento global y sus efectos, aunque normalmente según Hames “no se entienda como algo que la extrema derecha aborde directamente”, las condiciones de “caos” que producirá el cambio climático serán “terreno fértil” para el movimiento de la derecha radical.
Los autores destacan los discursos extremistas que defienden que “la naturaleza tiene una cierta forma de ser que es competitiva, que es brutal, es violenta, y se organiza en torno a los intereses de las especies individuales; que esa forma de organizarse de la naturaleza es buena y deberíamos aplicarla también al mundo político”.
El problema, arguye Hames, es que “la verdadera fuerza material de lo que es la extrema derecha en su etapa actual está en realidad sustentada o estructurada en torno a la producción en masa, la producción industrial”. Y sentencia: “La extrema derecha es tanto una criatura del complejo militar industrial como lo es de estas normas e ideas que recibe de la naturaleza. Y así, cuando tiene una especie de complejo militar industrial, puede decidir utilizarlos de una manera que, digamos, mejore las demandas de la naturaleza”.
¿Es Trump ecofascista?
Pero el término “ecofascismo” en sí, según Hames, resulta problemático, porque se usa tanto desde la derecha como desde la izquierda para señalar discursos o posturas políticas que no encajarían en la definición que contemplan en el libro.
Por ejemplo, aunque a juicio de Hames compartan rasgos con el ecofascismo, y sobre todo, el imperialismo verde, no considera ecofascistas ni al presidente de EEUU, Donald Trump, ni a su asesor Elon Musk. Sobre Musk, que ha cambiado mucho su discurso sobre cambio climático a lo largo de la última década, y en su momento “era un favorito de Obama”, el autor cree que “simplemente está utilizando fines medioambientales para promover un proyecto de gobernanza”. “Y no estoy convencido de que ese proyecto de gobernanza sea explícitamente fascista”, agrega Hames.
También se ha visto dentro de la izquierda tachar de “ecofascista” a personas del movimiento ecologista. Así lo hizo repetidas veces el científico del CSIC Antonio Turiel, divulgador en redes sociales y en algunos medios como CTXT, que acusó al antropólogo climático del CSIC Emilio Santiago de ser un ideólogo del "ecofascismo ibérico".
“Está claro que se habla de fascismo en el sentido más vago. Y, al menos en los años 1990 y 2000, hubo un intento decisivo por parte de la gente de derechas —la escuela de Reagan que aboga por recortar el gasto público y demás—, de entender el fascismo como cualquier cosa que haga el Estado. Así que para ellos cualquier uso del Estado para hacer algo es fascista por naturaleza”.
Hames sostiene que el término más adecuado para definir la amenaza actual de la que hablan en su libro es “apartheid climático”: “un sistema de ordenar el mundo que se basa en la separación racializada entre personas diferentes. Y eso se intensifica por las formas de destrucción del cambio climático que se producirán, y con la cuestión de quién puede contaminar”.
“La mayor parte de la contaminación se produce en estos tres lugares: Europa, Estados Unidos y China. Y luego, por supuesto, casi todos los impactos climáticos ocurren en el Sur global. Esta situación global emergente es mucho más preocupante que un grupo de tipos en Internet con memes amenazantes”, argumenta.