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Abramos nuestro corazón a Jesús y al cardenal McElroy

El cardenal Robert McElroy posa al lado de un grupo de líderes hispanos representantes de diversas parroquias de la Arquidiócesis de Washington al concluir la misa de instalación en la Basílica de la Inmaculada Concepción el martes 11 de marzo. Foto/Mihoko Owada

En diversas ocasiones,he reflexionado sobre los nuevos comienzos como oportunidades. Ahora, como arquidiócesis, nos encontramos viviendo un nuevo comienzo trascendental con la llegada del cardenal Robert McElroy como nuestro nuevo pastor. Me gustaría sugerir algunas maneras en las que, como individuos, podemos darle la bienvenida y fortalecer nuestro propio camino de fe.

He tenido la oportunidad de reunirme con el cardenal McElroy en un par de ocasiones, pero aún no lo conozco en profundidad. Sé que proviene de San Diego, donde ha servido como arzobispo desde 2015. También sé que es un líder dedicado a la justicia social que nos motiva a vivir el Evangelio siguiendo las bienaventuranzas.

Él nos anima a vivir los siete principios de la justicia social en la Doctrina Social de la Iglesia, donde se destaca la dignidad humana, la importancia de la comunidad y la familia, la atención a los más necesitados y la dependencia los unos de los otros. Confío en que este enfoque seguirá siendo un pilar fundamental en su ministerio aquí en Washington.

Una manera sencilla pero poderosa de dar la bienvenida al cardenal McElroy, y al mismo tiempo honrar al cardenal Wilton Gregory en su retiro, es regresar a la iglesia, participar en la misa y recibir a Jesús en la Eucaristía.

Como bien lo saben, nuestra arquidiócesis sufrió enormemente a causa de una situación que involucró a uno de nuestros ex arzobispos, Theodore McCarrick. Aunque esto ocurrió hace más de seis años, su impacto fue devastador para mí y para todos nosotros. Escuchar las acusaciones y verlo reducido al estado laical fue una de las experiencias más dolorosas de mi sacerdocio. Comprender y aceptar esa situación no fue fácil.

Ante ese escándalo, muchas personas tomaron decisiones sobre su fe, y algunas optaron por alejarse de la Iglesia. Aunque puedo entender su dolor, también creo que, más allá de la indignación, nada debería apartarnos de Jesús ni privarnos de la gracia de la Eucaristía. Si amamos la Eucaristía, debemos anhelar recibir este don tan a menudo como nos sea posible.

En medio del dolor de la crisis, muchos también dejaron de contribuir financieramente a la Iglesia o redujeron sus donaciones. Nuevamente, no puedo culparlos, pero sí puedo decirles que el impacto financiero de esa decisión ha sido significativo y continúa siéndolo.

Las contribuciones a la Campaña Anual, que tuve el honor de dirigir durante años, han disminuido considerablemente, aproximadamente un 33 % anual en los últimos cinco o seis años. Antes de la crisis, las donaciones alcanzaban los 15 millones de dólares anuales. Esa cifra cayó a 10 millones, y aunque recientemente ha aumentado hasta unos 11 millones, seguimos enfrentando un déficit aproximado de 25 millones de dólares.

Este déficit dramático tiene consecuencias reales y afecta directamente a quienes más nos necesitan. Algunos programas esenciales destinados a servir y atender a los pobres y a los que sufren podrían ser reducidos o eliminados.

A esta crisis se sumó la pandemia del coronavirus que agravó la situación. Muchos de nosotros aún no hemos retornado a los niveles de participación previos a la pandemia. Las bancas de las iglesias están menos ocupadas, muchas personas han dejado de asistir a misa o la siguen virtualmente y en general la participación en la Iglesia ha disminuido. Esto incluye la contribución financiera.

Podemos hacer dos cosas que le digan al cardenal McElroy: "Bienvenido. Estamos con usted. Lo apoyamos. Y lo ayudaremos en todo lo que podamos".

Si ustedes han estado alejados de la Iglesia o conocen a alguien que lo está, los invito a regresar y a animar a otros a hacer lo mismo, al menos los domingos. La participación en la misa no es solo un acto individual, sino también una expresión de comunidad. Es la manera en que nos reunimos, oramos y vivimos el Evangelio como una familia de fe.

Como saben, Jesús está presente en cada misa de cuatro maneras principales:

  • En la Palabra de Dios proclamada y predicada.
  • En la Eucaristía, el cuerpo y la sangre de Cristo.
  • En el sacerdote que preside in persona Christi, en la persona de Cristo.
  • En la comunidad reunida en su nombre.

Cuando la comunidad no participa plenamente, el propósito de la Eucaristía también se ve afectado no solo para quienes asisten a misa, sino también para nuestras parroquias, la arquidiócesis e incluso la Iglesia universal. Cuando alguno de nosotros falta, la familia de Dios no está completa.

La segunda manera de dar la bienvenida al cardenal McElroy es contribuyendo a la Campaña Anual, que ya está en marcha. La arquidiócesis ha sido golpeada por diversas crisis, pero creo que cuando elegimos no participar, también nos privamos a nosotros mismos de algo esencial. Corremos el riesgo de aislarnos y de perder de vista las necesidades de nuestros hermanos y hermanas que necesitan nuestro apoyo.

Qué hermoso “regalo de bienvenida” sería para el cardenal McElroy contar con recursos renovados para ayudar a los más necesitados. Él será quien determine cuidadosamente cómo se asignan los fondos para atender las necesidades más importantes y cualquier contribución a la Campaña Anual lo ayudará en su ministerio. Sin embargo, este ministerio no es solo suyo, es también nuestro.

En el Evangelio que leímos hace unos domingos sobre el Sermón de la Llanura, Jesús nos dijo: "Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes" (Lucas 6:38). También nos llama a ser misericordiosos como Dios es misericordioso y compasivos como Dios es compasivo.

Volver a la Iglesia, recibir a Jesús en la misa y compartir nuestros dones financieros para ayudar a los necesitados son dos grandes maneras de responder a ese llamado. También es una manera de darle la bienvenida y expresar nuestro apoyo al cardenal McElroy, y de acercarnos cada vez más a Jesús mismo.



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