Las autoridades de inmigración (ICE) detuvieron, esta semana, a un joven mexicano de 23 años amparado por un programa de alivio migratorio para los que fueron traídos a Estados Unidos cuando eran niños y a quienes se conoce como ‘dreamers’ (soñadores). Daniel Ramírez Medina es el primer ‘dreamer’ detenido que se conoce en el nuevo Gobierno del presidente Donald Trump. Los ‘dreamers’ son los jóvenes que se beneficiaron del programa de alivio migratorio conocido como DACA, aprobado en el 2012 por el entonces presidente Barack Obama, y al que se acogieron cerca de 750 mil  jóvenes indocumentados que llegaron siendo niños al país. Trump prometió durante su campaña que los ‘dreamers’ –al igual que los 11 millones de indocumentados– serían deportados. Sin embargo, hace dos semanas afirmó que esos jóvenes “no deberían preocuparse mucho” porque él tiene “un gran corazón”. El joven  Ramírez, quien no tiene antecedentes penales y llegó a EEUU cuando tenía siete años, fue detenido en su residencia familiar de Des Moines, en el estado de Washington. Un comunicado de ICE –dirigido a Univisión– dice que el joven Ramírez “reconoció estar afiliado con pandillas” y, por lo tanto, es un “riesgo para la seguridad pública”. La defensa del joven negó categóricamente que forme parte de pandilla alguna y denunció que los agentes le obligaron a confesarlo una vez detenido.

En la mencionada noticia dada a conocer por los medios de comunicación, palabras más palabras menos, subyace la meridiana promesa del Ejecutivo de que los beneficiarios del DACA no serán deportados, y que esa promesa –una esperanza para esos jóvenes que llegaron siendo niños–  debería ser honrada. Especialmente, en tiempos inciertos cuando las  instituciones, en general, y las personas que las representan han perdido credibilidad, lo que explica, en gran medida, el resurgimiento del ‘populismo’, cuyos adláteres culpan a las ‘élites’ de izquierda o de derecha de los males que nos aquejan. Ergo, la violenta reacción en contra de la globalización y el multiculturalismo dio paso al nuevo Gobierno que lideró una ‘insurgencia’ en contra del establishment político que consideran ‘desconectado’ de las mayorías y que solo responden a las élites. Lo cierto es que cada nuevo día amanece con una gran peso y carga emotiva en todo lo que se hace y se dice, sean estas las marchas de protestas o las desastrosas órdenes ejecutivas del nuevo Gobierno. Esa es la ‘insoportable levedad’ de nuestra cotidianeidad. Lo que destaca, aún más, el inapelable fracaso del Congreso por no haber sido capaz, en casi dos décadas, de aprobar una reforma migratoria integral que repare el anquilosado sistema que nos rige, de haberlo hecho cuantos dolores de cabeza nos habríamos evitado. Mucho más se podría decir sobre el tema, pero baste mencionar que esos once millones de indocumentados no viven bajo los puentes, viven en nuestros vecindarios y trabajan como todos nosotros a pesar de formar parte de la economía informal. La actual administración repite cacofónicamente que solo busca implementar un ‘control estricto’ de la migración en aras de proteger a los ciudadanos de a pie, a lo cual nadie se opone, mas ese manido ‘control estricto’ no debería dar paso al nativismo o a la intolerancia xenofóbica que es lo que viene sucediendo.

Es el momento de actuar, en lugar de seguir buscando chivos expiatorios. Es hora de que el Congreso apruebe una reforma migratoria integral, empezando, por ejemplo, por devolver a los ‘dreamers’ sus sueños y esperanzas, amén de otorgarles un camino a la ciudadanía. Es, pues, responsabilidad de todos, desde una perspectiva histórica, defender y preservar los principios fundacionales de nuestra nación –de libertad e igualdad de oportunidades para todos– defendiendo la dignidad de las familias inmigrantes, en una nación hecha por ellos. Este no es el momento de observar la historia, sino de participar.